Teresa Toda Encarcelada por el sumario 18/98
Desde la otra dimensión
El Estado quiere aislar a un colectivo cargado de valores humanos y políticos, cuya voz y opiniones son necesarias para fortalecer la resolución. Desde mi corta y larga experiencia de ambas dimensiones, estoy convencida de que Tras tantas vivencias compartidas llegaron las despedidas al pie del furgón de la Guardia Civil, sabiendo que será para mucho tiempo y con una pregunta serpenteando entre el subconsciente y la mente lúcida: ¿Cómo seremos cuando nos volvamos a ver?
Durante mucho tiempo me tocó vivir la política penitenciaria y sus consecuencias desde la dimensión exterior, en dos facetas, la profesional y la humana. En la primera, como corresponsal de «Egin» en Madrid, seguí de cerca la creación de la política de dispersión y la implicación en ella de quienes hoy la rechazan de boquilla.
Una cosa habría que recordar y afirmar rotundamente frente a los argumentos con los que justifican aquella participación: la dispersión nunca tuvo otros objetivos que el castigo añadido a la condena; nunca buscó otra cosa que hacer más dura y difícil la vida de las personas presas y sus familiares y amistades. Siempre persiguió y persigue minar y desmoronar anímica e ideológicamente a presos y presas políticas y complicar su situación física y su desarrollo personal.
El gran fracaso de sus promotores y mantenedores es que no lo ha logrado, pese al enorme sufrimiento y daño generado, y al tiempo transcurrido.
Ese sufrimiento, y la fuerza para hacerle frente, los conocí de cerca en la calle, como inevitablemente sucede en Euskal Herria; los viví en amigas y amigos, en compañeras y compañeros encarcelados; en encarteladas sin cuento.
Desde hace casi dos meses, como mis compañeros y compañeras del 18/98, vivo en la otra dimensión de la política penitenciaria, la dimensión interior. Poco tiempo, sí, muy poco comparado con las interminables condenas que cumplen mujeres y hombres comprometidos con su país en tantas cárceles. Pero en ese poco tiempo se han condensado hechos y vivencias que revelan la dimensión de la dispersión, cómo va más allá del alejamiento, y cómo hace frente en el día a día el Colectivo de Presas y Presos Políticos Vascos, y cada persona que lo integra, a estas realidades.
Han ocurrido en estos 60 días varios accidentes de tráfico, uno con víctima mortal, Natividad Junko. Víctima directa de esta política, sí, sin duda, porque si su yerno no hubiera estado preso en Teruel, jamás habrían ido ella y sus acompañantes por esa carretera ese día. Accidente de tráfico, sí, pero con responsables muy claros en despachos.
Y qué decir de la angustia y la impotencia cuando unos familiares no llegan a la hora mientras la radio informa de un gran accidente en la ruta por la que tienen que venir. Al final, llegaron bien, tarde, retenidos por el accidente. Pero, ¿cómo se borra la huella de esas 2 o 3 horas de angustia indefinible de quien espera en la celda?
Y las trabas y dificultades para que padres y madres jóvenes puedan abrazar unas horas a esas hijas e hijos pequeños que sufren la brusca separación y los larguísimos viajes arriba y abajo de la Península y del Estado francés con abuelos, tías, amigas... Y ¿qué transmite una carta íntima violada por los sellos de «seguridad» bien salpicados por todo el texto?
Hemos vivido también la dispersión de quienes durante 16 meses compartimos viajes, albergues, Sala de Casa de Campo y, finalmente, detenciones y sentencia. Tras tantas vivencias compartidas llegaron las despedidas -quienes pudieron hacerlo- al pie del furgón de la Guardia Civil, sabiendo que será para mucho tiempo y con una pregunta serpenteando entre el subconsciente y la mente lúcida: ¿Cómo seremos cuando nos volvamos a ver? Y, luego, a hacer frente a las imposiciones carcelarias, a mantener la dignidad y la reivindicación política, castigadas con más aislamiento. Besarkada bana, kideak!
Pero hay un lado que no pueden destruir. Aquí encuentras un colectivo de presas y presos vascos que son personas cálidas, solidarias, que arropan a los y las «nuevas» aunque sea desde lejos; saben muy bien por qué están aquí, por qué les ha tocado esta trinchera y cómo hacerle frente. Eso da y transmite fuerza, sonrisa y serenidad ante todo lo que compendia el concepto «cárcel», y más en el caso de presas y presos políticos vascos.
Y el aspecto que está en la otra dimensión, la exterior. Ese que quieren criminalizar ahora, intentando dispersar y asustar a los miles de granitos de arena solidaria que forman esa gran duna que es el incansable apoyo a las personas presas, mucho más allá del inmediato de la familia, que hay en Euskal Herria. Los círculos concéntricos que se expanden en la reinvindicación de «Euskal Presoak Euskal Herrira» y en el respaldo a la gente más afectada por la dispersión seguirán reverberando entre los muros también.
Hoy en las instituciones, por intereses partidistas, no cotiza al alza esa reivindicación, que airearon en otros momentos. Pero en la calle sí, y también en las actitudes personales que se suman con gestos prácticos de cariño y apoyo.
El Estado quiere aislar aún más a un colectivo cargado de valores humanos y políticos, coherente con cada trayectoria vital y militante, y cuya voz y opiniones son necesarias para fortalecer la vía imprescindible de resolución del conflicto.
Pues desde mi corta y larga experiencia de ambas dimensiones, estoy convencida de que no van a poder.