Jon Odriozola Periodista
«Bad company»
El lado pijo de la lucha de clases consiste en decir que el Estado de Derecho me ha arrebatado a amigos míos. Yo sabía, como ellos, que acabarían allí. Esto pasa cuando a la lucha de clases la miras cara a cara
Cuando hay miedo no se es libre. Y cuando no tienes miedo acabas en la cárcel. Hablo de gente con conciencia política, o sea, de minorías, de personas que podrían lucrarse con todas las trampas que ofrece este podrido sistema y, sin embargo, eligen apostar por el caballo perdedor dizque las masas trabajadoras a las que el capitalismo trata como burros, bestias. Y votócratas. Pero a las que teme, pues sabe que el día menos pensado lo puede tumbar y hasta ajusticiar.
Cuando no se entiende lo que es la lucha de clases e incluso hay quien vende la idea (y es promocionado por ello) de que es un concepto anacrónico (pues lo que hay es «natural»), podría considerarse -la lucha de clases- como algo personal. Hace un par de semanas han detenido, por la puta cara, a cinco amigos míos (iba a decir camaradas, pero ellos son comunistas y yo no me atrevo a decir que lo soy por pudor y falta de valor: ¡qué más quisiera que serlo!) con los que, pocos meses antes de trincarlos, estaba hablando... de política. También de fútbol. Lo hacíamos, sí, «conspirando» en un bar como lo hacían los liberales españoles en las reboticas en el siglo XIX. Sólo que éstos eran burgueses y aristócratas y aquéllos obreros.
Muchas cosas han cambiado, pero en lo fundamental nada. Siguen oprimiendo, machacando, torturando, encarcelando y asesinando a quienes de verdad se plantean cambiar esta molicie y podredumbre en que vivimos, política y socialmente la mayoría, pensando que son cuatro iluminados. O, por mejor decir, haciendo creer al personal -hoy se dice «opinión pública»- que son trasnochados marxistas pero que, es curioso, siendo cuatro, los tratan como a un ejército... enemigo... de clase. Ahí duele. Y hacen (dentro de su lógica) bien. Volvemos a la lucha de clases. A la pelea real. Y no, por ejemplo, a las fricciones que puedan tener, puntualmente, una fracción de la burguesía (como el PNV o Herr Atutxen y a la que la última movida le viene de cine de cara a las elecciones de marzo) con otra fracción burguesa representada lo mismo por el PSOE que el PP. Es más lo que les une que lo que les separa, otrosí: sus intereses y chanchullos. Nada que no se sepa.
Cuando andas con quien no debes, vale decir «malas compañías» (bad company), debes saber que el «orden» (burgués), al que tratas no de reformar, sino de destruir, prima y alzaprima sobre la justicia, como lo prefería y dijera Goethe. El lado pijo de la lucha de clases consiste en decir que el Estado de Derecho (famoso regurgitamiento bovino) me ha arrebatado a amigos míos. Yo no lamento que estén en la cárcel. Sabía, como lo sabían ellos, que acabarían allí (yo no, por guapo). Esto pasa cuando a la lucha de clases la miras cara a cara. Por ejemplo, el juez que manda a la cárcel a un abogado (un colega), íntimo amigo mío, uno de los cerebros más preclaros y clarividentes que he conocido en mi puta vida, le dice (supongamos, yo no estaba allí): «ayer tomando un café juntos (pero no revueltos) y ahora te mando al mako, qué fuerte». Y mi amigo le dice: «Tú verás, el problema es tuyo, no mío». Luego cenó una tortilla no sin antes darle la vuelta.
Vaya esto para Juanma, Fernando, Erlantz, Carlos y el Ché. Y, me entero ahora, para Barrena y Urrutia.