Cabía pensar que ayer Baltasar Garzón debía de estar suficientemente ocupado entre las vistas para la suspensión de actividades de EHAK y ANV y los casos que le fueran cayendo al estar de guardia su juzgado. Y, de pronto, volvió a sorprender con uno de esos arranques suyos de hiperactividad, ordenando las detenciones de Pernando Barrena, Patxi Urrutia y Unai Fano. La operación ha sido presentada como una continuación de la redada de Segura del 4 de octubre del pasado año.

¿Por qué un juez con tanto trabajo en estos días se mete en otro jardín, si ninguno de los que ha mandado detener parece haber hecho en las últimas fechas nada que no hubiera hecho anteriormente? ¿Por qué ahora? Para tratar de dar una respuesta a esta pregunta es necesario primero hacerse otra: ¿Y por qué el 4 de octubre de 2007?

Llamativamente hay un nexo de unión entre los dos momentos. Y no es judicial ni policial, sino político. A nadie se le oculta que la ruptura del alto el fuego en junio de 2007 dejó «tocada» a la izquierda abertzale, que no encontraba la manera de volver a resituar su mensaje en el escenario político. A finales del verano esa situación fue corrigiéndose y había previsiones de actuaciones en la primera quincena de octubre para volver a tomar la iniciativa en la búsqueda de un marco democrático para Euskal Herria. Entonces llegó el hachazo de Garzón, el discurso de la izquierda abertzale tuvo que volver al terreno antirrepresivo y es de suponer que sus labores internas tuvieron que centrarse en restañar las heridas dejadas por las detenciones.

¿Y ahora? Pues ahora la izquierda abertzale había vuelto a anunciar la puesta en marcha de un relanzamiento del debate sobre los contenidos del proceso negociador de Loiola. Al parecer, había puesto el dedo en la llaga, porque el PNV ha motivo también ficha, retomando su versión sobre lo ocurrido en el santuario de los jesuitas y señalando que «las bases de lo que casi acordamos allí» marcarán su acción política en los próximos meses. Es decir, la izquierda abertzale, a pesar del momento desfavorable, marcado por ilegalizaciones y elecciones, volvía a tener iniciativa política. Y parece que alguien llamó a Garzón para que volviera a cortar cabezas.