Raimundo Fitero
Pequeña teoría
Vuelvo a recordar a un práctico hombre de teatro de los años sesenta del siglo pasado quien aseguraba que «todos tenemos grandes teorías para cambiar el mundo; lo difícil es cambiar al tendero de la esquina». Hoy esta máxima no sirve. Hoy nadie tiene una gran teoría para cambiar absolutamente a nadie, y el tendero de la esquina vendió su local a una inmobiliaria que ahora se alquila y posiblemente se convierta en una tienda multicultural. Ya no hay grande ni pequeña teoría. Hoy el mundo es una casualidad asistemática. Y nuestro pequeño mundo es un delirio anti-jurídico.
Bueno, algunas pequeñas teorías renacen sobre la programación adecuada de las generalistas en las tardes de sábado y domingo. Las películas familiares, los telefilmes, ese género que ha dotado de trabajo a cientos de actores, actrices, directores, guionistas y todos sus correspondientes equipos técnicos y de producción. Una parte de la industria audiovisual dedicada exclusivamente a crear sensaciones placenteras para quienes se adueñan del sofá y del mando a distancia. Historias sentimentales, alguna con un poco de terror, presencia ineludible de niños en la trama, y una visión conservadora de la sociedad que retratan y del mundo que venden.
A simple vista son obras sin excesiva carga ideológica, sin grandes presupuestos, generalmente bien construidas, y que tratan de asuntos que pueden interesar de manera directa a una amplia clase media. Casi siempre suceden los asuntos a familias estructuradas formadas por profesionales, que viven en casas unifamiliares con todo lo suficiente, pero sin ostentación. Son productos de diseño, pensados por y para esas clases, colocando algunas nociones de inseguridad ciudadana, acercándose casi siempre a patologías violentas individuales. Si se contemplan con atención vemos como marcan la moda en sofás, televisiones, coches, cocinas y jardines. Un gran muestrario.
Mi pequeña teoría es que se trata de telefilmes de un plan de penetración de la idea americana única del mundo, una especie de educación en aspersión, que, cuando menos persevera en la necesidad de plantearse, si no cambiar el mundo inmediatamente, al menos cambiar de colonia.