«Todos dicen te quiero», pero tengan cuidado al decirlo...
Algo me dice que «necesitas tratamiento de choque o prozac de potencia industrial» podría ser una de las frases que recibiera el susodicho al expresar su incredulidad ante una fecha tan peregrina como San Valentín. Pero para eso hay que ser Woody Allen y escribirla para una película como «Everyone Says I Love You» (Todos dicen te quiero). Un musical es lo que necesitábamos.
Iratxe FRESNEDA
Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual
Cada año nos vapulean con las mismas monsergas. Y aunque el mundo ande loco, loco, loco, arruinado y bajo la amenaza del cambio climático, San Valentín es San Valentín. Y quien ose entrometerse entre el negocio de la floristería y los grandes almacenes será objeto de desdenes y gruñidos que dejaran de manifiesto que se trata de un incrédulo amargado. Algo me dice que «necesitas tratamiento de choque o prozac de potencia industrial» podría ser una de las frases que recibiera el susodicho al expresar su incredulidad ante una fecha tan peregrina. Pero para eso hay que ser Woody Allen y escribirla para una película como «Everyone Says I Love You» (Todos dicen te quiero).
Un musical es lo que necesitábamos. Eso es. Un poco de música para podernos creer lo que sucede a nuestro alrededor, tal y como hacia la inocente Selma en «Dancer in the dark», de Lars Von Trier. En fin, que hablábamos de la música y de lo llevadero que nos puede hacer todo este devenir incierto. Hablemos pues de musicales, en concreto de ése que hace una especie de llamada colectiva al amor y que desarrolla su argumento entre New York, Venecia y París. El reparto de «Todos dicen I Love You», como en todas las películas de Woody Allen, es estelar, vamos que cualquier estrella de Holywood baja su caché y se atreve a cantar para someterse a su dirección. Y su historia es la de unos personajes que discuten sobre sexo y política con los paisajes más conocidos de estas tres ciudades como telón de fondo. No podía faltar el homenaje a la ciudad y a su paisanaje. Como en todas sus cintas, nos habla de ellas, y aquí las urbes ceden sus espacios abiertos a los avatares del amor cantado. Las coreografías del filme huyen de los lugares comunes, como esa en la que el fantasma de un anciano se levanta a entonar una canción en medio de su funeral o la de los niños vestidos de bananas. Todos los actores cantan, por lo menos una canción, incluso Allen tiene su número musical. Aunque bien es cierto que a Drew Barrymore le doblaron la voz; ella misma fue quien convenció al señor Allen de que no cantaba lo suficientemente bien como para «exhibirse». El actor fetiche de Allen, Alan Alda, y Goldie Hawn completan un reparto en el que el jazz flota por todas partes y las referencias cómicas a otras películas hacen las delicias de los cinéfilos. En la secuencia final, todos los personajes visten bigotes a lo Groucho. Imagino que así, cantando, su mal espantan.