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movilización ante la ofensiva contra la izquierda abertzale

Un cartel en la panadería

 Si de pronto le desaparecieran el EBB, Sabin Etxea, los batzokis y sus cuentas en bancos y cajas de ahorro, ¿qué sería capaz de hacer el PNV?

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 Análisis | Iñaki IRIONDO

Detrás de jornadas como la de ayer hay mucho más que lo que se ve y de lo que las declaraciones de los principales portavoces políticos y los noticiarios de los medios de comunicación más potentes cuentan. Está el componente de la militancia, esa corriente subterránea que la mayoría de los partidos ya han perdido, pero que la izquierda abertzale mantiene activa.

Paseando el miércoles por uno de los barrios del extrarradio de Gasteiz topé con una panadería en cuya fachada alguien había pegado un cartel llamando a la huelga de ayer. En otros comercios y negocios de las inmediaciones había también carteles idénticos. Un hecho en apariencia tan intrascendente invita a una reflexión.

La suspensión de actividades de EHAK y ANV fue dictada por el juez Baltasar Garzón el pasado viernes. Apenas unas horas más tarde tuvo lugar en Donostia una rueda de prensa masiva en la que cargos institucionales independentistas convocaban a manifestarse el domingo en Bilbo. La maquinaria de respuesta a la proscripción de estos partidos se ponía en marcha. El mismo domingo, un grupo de militantes de la izquierda abertzale lanzaba el llamamiento de huelga general. Varios de ellos ya no pudieron dormir esa noche. Llegaban las detenciones de catorce personas, a las que el Ministerio del Interior acusa de ser la «dirección clandestina» de Batasuna. Esta redada, añadida a la la razia de Segura del 4 de octubre de 2007, hace que algunos medios anuncien el descabezamiento de esta formación política y den por abortada la reorganización de su dirección.

Sin embargo, en un par de días el cartel de la panadería y los de sus alrededores están ahí. Alguien los ha hecho y son iguales a los que se han pegado en las paredes de Basauri, de Eibar o de Iruñea. Se ha decidido la fecha, se han diseñado con cierto mimo y se han llevado a una imprenta. Allí se ha hecho una tirada suficientemente larga de cartelería, octavillas y pegatinas en diferentes formatos, y una estructura compleja de distribución ha conseguido que el «producto» llegue hasta el último punto de Euskal Herria.

Pero dado que se trata de «propaganda subversiva» -como decían en los tiempos de la dictadura franquista- esa distribución no ha podido seguir cauces comerciales. De la imprenta a la pared de la panadería ese cartel ha viajado por senderos alternativos, llevado de un punto a otro por manos militantes, que probablemente se hubieran visto en algún problema no menor si en su camino se hubiera cruzado cualquiera de los cuerpos policiales desplegados por la geografía vasca. ¿Cuántas personas con valor y compromiso suficiente requiere una empresa como ésta? Calculen. En Hego Euskal Herria hay 526 municipios, algunos de ellos diseminados en distintos núcleos de población y otros demasiado grandes para ser abarcados por un único equipo de distribución. Piensen en Bilbo y Ezkerraldea o en cualquier otra de las capitales y sus alrededores. Y todo ese movimiento, ese trajín, sin sedes de partido y sin poder echar mano de ninguna cuenta en ningún banco.

La huelga de ayer fue tachada de fracaso antes incluso de que comenzara por unos medios que, por cierto, se ocuparon únicamente de dar las declaraciones de unos y otros, sin preocuparse de informar de lo que estaba ocurriendo en las calles. Si hubieran salido de sus emisoras, podrían haber visto que en el centro de Gasteiz la actividad comercial era como la de cualquier otro día, pero también una manifestación de más de 2.000 personas al mediodía. Y si se hubiesen acercado a Tolosa habrían comprobado que la tesis del fracaso se les hacía insostenible. En cambio, por un lado, hablaron de sabotajes y coacciones, sin destacar que muchas de las actuaciones se inscribieron en la más genuina tradición de la resistencia pacífica, como quienes -sabiendo que serían detenidos- se encadenaron o se colgaron en distintos puntos. Por otro lado, los medios programaron una y otra vez las declaraciones de Joseba Azkarraga sobre una huelga de la que decía que oficialmente ni existía, pero sobre la que Lakua daba porcentajes de participación en la Administración. Una locura.

Los números del paro y de las movilizaciones están ahí. Cada uno habrá visto lo que ha ocurrido en su entorno, y en las páginas que anteceden y siguen a estas líneas tiene más datos para hacerse su propia fotografía de la realidad.

Lo que no se puede ocultar es que, a pesar de estar supuestamente descabezada, la izquierda abertzale cuenta con una extendida y eficaz estructura militante que para sí quisieran otros partidos legales y mayoritarios. Si de pronto le desaparecieran el EBB, Sabin Etxea, los batzokis y sus cuentas en bancos y cajas de ahorro ¿qué sería capaz de hacer el PNV? Añadan además a las dificultades ya mencionadas el que la mayoría de los medios de comunicación estuvieran en su contra y más preocupados, como se ha podido comprobar, de la propaganda que de la información.

Y ahora vienen las elecciones. Todos los partidos están gastando ingentes cantidades de dinero en publicidad, en cuidados escenarios para los mítines -que asemejan platós de televisión-, en alquileres de locales... La izquierda abertzale tendrá que afrontar ese reto también a pelo, confiando en su mayor tesoro: una militancia que sigue activa a pesar de que cualquier actividad, como ser interventor de una candidatura legal, le suponga ser fichada de por vida; de que el consejero de Trabajo les advierta de que los tribunales podrán actuar contra los huelguistas; de que José Bono y José María Aznar les deseen públicamente que se pudran en la cárcel; y de que Josu Jon Imaz les llame «garrapatas».

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