Tadic deberá sofocar la crisis de las embajadas si quiere seguir jugando a «hombre de la UE»
Las recientes elecciones serbias, que dieron la victoria al presidente Boris Tadic, sirvieron a los aliados europeos para presentar, una vez más, una lectura favorable a sus intereses en relación a la situación política en el país balcánico. De este modo, el presidente que se destacaba en la campaña electoral por lanzar las soflamas más encendidas contra la secesión kosovar, era investido de una aureola de moderado y de convencido europeísta. Esas lecturas de parte, que tratan de eludir matices y dibujan a los países y a sus dirigentes de un color u otro en función del papel que se les concede en el concierto internacional, saltan por los aires ante acontecimientos como las virulentas protestas contra las embajadas de estados que han apoyado la independencia de Kosovo. El presidente Tadic ha reaccionado a esos hechos con la convocatoria urgente del máximo órgano que vela por la seguridad en Serbia, algo obligado ante el cariz que toman los acontecimientos. Lo que es evidente es que el exultante saludo de Bruselas a la victoria de Tadic, en la que veía un aval de estabilidad, choca con una situación real de convulsión interna que augura tensiones.