Iñaki Lekuona Periodista
Cuando no hay debate
Dicen que ayer hubo un debate. Hoy no hablarán de otra cosa los periódicos de ese país amortajado que se empeñan en presentarnos como un recién nacido. Personalmente, no perdí el tiempo ante la televisión. La vida, los minutos son demasiado preciosos como para malgastarlos escuchando discursos aprendidos que no expresan más que los intereses de grupos económicos e ideológicos ajenos a la idea del debate, de la discusión, del intercambio de pareceres y de la libre elección.
Dicen que ayer hubo un debate. Pero sólo la fórmula en la que fue concebido y ejecutado muestra que no fue más que un juego interpretativo, un acto teatral, una puesta en escena bipartidista y nacionalista que deja a las claras cuál es el significado de la democracia en España. Ayer no hubo ningún debate, como tampoco lo hubo anteayer, ni hace un mes. Que más quisiéramos que en Madrid como en París hubiera un verdadero debate acerca del futuro de esos dos paises que algunos se empecinan en llamar naciones sin querer comprender que todos estos siglos de uniformización lingüística, cultural y social no han bastado para eliminar los sentimientos de pertenencia de los vascos, de los catalanes, de los corsos o de los bretones. En democracia todo es defendible dicen, pero todos sabemos que un proyecto independentista es absolutamente inviable a ambos lados de los Pirineos. Y cuando se plantea la idea de un debate profundo sobre la cuestión y cuando se habla de preguntar a la ciudadanía, se nos muestran un conglomerado de artículos por nombre constitución y se nos dice, que según reza en esos papeles, el procedimiento del debate y de la consulta es ilegal.
Que nadie se lleve a engaño, ayer no hubo ningún debate. En este rincón de Europa hay cuestiones como la unidad de la patria que no se debaten. Tanto Francia como España se proclaman una e indivisible, por la gracia de dios, por el peso armado de la Historia, o simplemente porque sí. Y si no está usted de acuerdo, ahí tiene usted la puerta. La de la cárcel, claro. Lo que ni París ni Madrid parecen comprender es que los pueblos se debaten y se debatirán siempre por su pervivencia, haya debate o no.