Se jubiló Fidel Castro y le ha tomado el relevo su hermano Raúl. Dadas las pasiones que despiertan los proyectos revolucionarios y la autodefensa de los pueblos frente al imperialismo en el stablishment ibérico, se pueden hacer una idea del grado de chasco que reflejaban los editorialistas de los medios de comunicación españoles ayer.

En «El Correo Español» y «El Diario Vasco», el editorialista decía lo que debían hacer «los gobiernos democráticos» que no es sino «actuar en consecuencia con las decisiones que vayan adoptando las autoridades cubanas, sin renunciar a medidas de aproximación que pudieran incentivar los anhelos democráticos en la población pero sin incurrir en la ingenuidad de adelantase en exceso a acontecimientos que los hermanos Castro parecen tener bien atados por ahora», O sea, que ojito con apoyar a Cuba. Es decir, que guarden la zanahoria y sigan con el palo.

También «El Mundo» editorializaba sobre el asunto y proclamaba con aire de oráculo que «tarde o temprano, el castrismo sin Castro está condenado al fracaso, aunque no será su hermano quien facilite una transición a la española». Pues viendo cómo están las cosas por estos pagos, casi mejor. ¿No creen?

Y en «El País» hacían su propia lectura sobre la situación que se ha abierto en Cuba: «con Raúl no parece verosímil, y mucho menos en Vida de Fidel, que Cuba se convierta en una democracia, pero el futuro se edifica siempre sobre el presente». Suena bastante enigmático, ¿verdad?

Por otro lado, el columnista de «La Razón», J.A. Gundín pedía más leña y advertía que, ahora que Fidel ya no es jefe de Estado, «los `jueces demócratas' de la Audiencia Nacional tienen una magnífica oportunidad, como con Pinochet, para abrir el `caso Castro' y hacer justicia». Para mí que se ha equivocado el tipo.

Y también «Deia» se apuntaba a editorializar sobre el caso. Y lo hacía para concluir que «el cierre de un ciclo que ha durado 49 años tiene que reflejarse en el seno de la sociedad cubana de alguna manera (...) el todopoderoso Partido Comunista también debe utilizar la capacidad de sus principales representantes para, sin renegar de las esencias políticas, mejorar la calidad de vida de los cubanos». Pues de eso es, precisamente, de lo que se trata.