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Tómas Trifol profesor y licenciado en ciencias humanas

La abstención solidaria

El profesor Trifol reivindica en este artículo la vigencia de las preocupaciones genuinamente políticas frente a aquellos que consideran que las preocupaciones reales de la ciudadanía no van más allá del «precio de las verduras y su equipo de fútbol». En el contexto de la violación sistemática de derechos civiles y políticos y con las elecciones del 9-M a la vista, Trifol defiende que «creer en la democracia puede consistir también en abstenerse de votar».

Decenas de miles de ciudadanos vascos se quedarán sin voto por cuarta vez en la democracia española. Es un hecho innegable que no admite distingos demagógicos. Formaciones políticas, algunas de raigambre histórico de decenas de años que ya existían en la II República española, han sido ilegalizadas o inutilizadas en un par de semanas según las conveniencias políticas de la España nacional de turno. Conocemos el pretexto: la no condena de la violencia de ETA.

En ese edificio orgánico de los derechos humanos que cada cual maneja a su antojo según sus querencias políticas, para algunos sólo es básico y de recibo el inalienable derecho a la vida de todo ser humano. Pero como orgánico que es y no estático y de hormigón, este edificio se hunde cada vez que otros derechos se menoscaban. Se hunde cuando se tortura, cuando se encarcela por discrepancias ideológicas camufladas de terrorismo, cuando se socava la división de poderes del sistema democrático, cuando se desprovee de su nacionalidad de origen y del derecho a decidir como pueblo diferenciado a cientos de miles de ciudadanos periféricos o, simplemente, cuando se les sustrae el también inalienable derecho a pensar y actuar diferentemente del resto o de una mayoría de ciudadanos, cuyas querencias pueden ser otras.

Ypor eso, ciertos demagogos pretenden oponer y enemistar a los ciudadanos a los que según ellos sólo les preocupa «el precio de las verduras» (sic) o «que gane su equipo de fútbol el domingo» (¡resic!). Así que el resto de problemas de la ciudadanía son patrimonio de una izquierda abertzale con problemas celestiales.

Y es que estos demócratas de papel constitucional reciclado tienen estancado en algún sitio de su cerebro esa percepción de que para pensar como sapiens-sapiens ya están ellos, que les debieron educar para ello. El resto, como nos escribía recientemente un conspicuo catedrático universitario, sólo somos aptos para tener preocupaciones como las del precio de las verduras.

Así que en concordancia con lo anterior, la izquierda abertzale representada en Batasuna ha trastocado la realidad y se ha inventado un espejismo propio de los desiertos donde el calor ablanda los sesos. Normal que ahora sea aplastada por un Estado al que le declaró la guerra.

La izquierda abertzale en particular habrá cometido muchos errores de bulto en su historia, devenir y políticas estratégicas. Muchos más quizás que otros, pero no de tan vital importancia como los de aquellos que tiraron su futuro ideológico por el agujero del «w.c.» a la primera dificultad que un sistema de alienación y explotación les puso enfrente.

Estos retirados de retrete, debieron decidir que al sapiens-sapiens sólo le interesaba el precio de las verduras y que era romperse la cabeza contra un muro hacerles pensar diferente. Porque el sistema de alienación y explotación tenía armas muy poderosas a las que ellos, pobres energúmenos, no podían hacer frente. No podían ni siquiera imaginar que jamás sacarían algo en claro, a no ser que dieran con sus huesos en las mazmorras del sistema. Claro que para todo esto tuvieron que ocultar que nunca, ni antes ni después, habían creído ni en la humanidad, ni por supuesto en la democracia.

Así que una vez estigmatizados la mayoría de los abertzales de izquierda que siguieron creyendo en las abstracciones, tildados de visionarios radicales al estilo islamista, una vez apartados del quehacer político por la fuerza de la violencia del Estado nacionalista y convertidos en victimas de pacotilla de una sociedad imaginaria inexistente, ayer, hoy y mañana, se puede pasar tranquilamente a deshacerse de sus dirigentes en las mazmorras; se puede pedir su voto en nombre de la razón para formaciones que tengan los pies en la tierra que pisan, aunque les hayan salido ya raíces como a los arbustos; y, sobre todo, que es de lo que se trata, se puede aniquilar para siempre ese imaginario ideológico cuyos componentes de socialismo e independentismo han producido verdaderos temores y quebraderos de cabeza a muchos defensores del «sistema nacional democrático».

Porque esa parte de la ciudadanía a la que sólo le interesa el precio de las verduras y su equipo de fútbol, hace tiempo que dejó de creer en la democracia. Para ellos y ellas el sistema democrático es un rito social, como la comunión de los niños o las ceremonias relativas a la cremación y al entierro de los difuntos. Algunos las hacen, otros no... y es que «para algo existe la tolerancia».

Saben de sobra que el sistema de seguridad social seguirá parecido, que no habrá asistencia médica gratuita o asistida para la odontología, la vista y un largo etcétera. Saben que muchos trabajadores seguirán en precario, que la vivienda seguirá en las nubes, que la distribución del ocio seguirá restringida cuanto mas bajo se esté en la escala social. Saben que la pluralidad ideológica de la sociedad de ciudadanos no quedará reflejada en los medios de comunicación de masas, ni para cuestiones estrictamente políticas o para aquellas que ponen el dedo en la llaga del sistema financiero, del sistema sanitario, de la industria y la concepción global farmacológica, del sistema energético global, del cambio climático, del sistema educativo y un largo etcétera. Temas todos ellos que presumiblemente causan hastío y aburrimiento a una ciudadanía que come basura como ninguna en el ranking de los estados democráticos.

Si además este ciudadano es vasco de nacionalidad y pretende cambiar con su voto una coma del designio que los partidos mayoritarios PP y PSOE le han asignado históricamente en los 25 años de la democracia española, seguramente el hecho de dar su voto constituirá una anomalía síquica digna de estudio y sólo comprensible por ese atisbo de esperanza escatológica al que como humanos nos aferramos.

Los sistemas democráticos donde su deshecho va sustituyendo al Derecho merecen a veces un varapalo en su línea de flotación. Ese varapalo -ya practicado con profusión por todos aquellos que «pasaban» de la política y que les convertía en el mayor de los «partidos», el partido abstencionista- debería tener en la próxima ceremonia democrática la forma de la abstención, una abstención solidaria, activa y responsable con la democracia. Porque creer en la democracia puede consistir también en abstenerse de votar.

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