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elecciones en estado de excepción

Al señor Urkullu, de una «vasca residente en el extranjero»

 Habla Madina (PSE) de una «primavera democrática». Será porque el 9-M se puede votar a candidatos de Falange, de Familia y Vida, de Alternativa Motor y Deportes, del Partido por un Mundo más Justo... pero no a la segunda lista más votada en Gipuzkoa en las municipales y forales de 2007. En su carta, el presidente del PNV se muestra convencido de que sabremos valorar la importancia de los comicios del 9-M, pese a la «distancia que nos separa de Euskadi». ¿Cuenta Urkullu con que podamos elegir ese día sólo al alcalde, en un voto cercano, útil y realista?

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Análisis | Maite UBIRIA

La campaña electoral da la opción a los candidatos de colarse en el espacio privado de los ciudadanos. En el caso que se narra en las siguientes líneas, el presidente del EBB del PNV, Iñigo Urkullu Renteria, se dirige para pedir el voto, en su condición de «vascos y vascas residentes en el extranjero», a quienes no son sino electores-as que, llegados en su mayoría de Gipuzkoa, viven en el norte de Euskal Herria.

Los que tengan una edad, digamos, interesante, recordarán la exaltación de la nostalgia del emigrante español en los estertores del franquismo. Las pantallas de cine desbordaban lágrimas de recuerdo a una patria que, aunque nada se decía de ello, les había expulsado primero, para convertirles después en proveedores de moneda con la que aliviar la necesidad de los suyos bajo la oscura dictadura. El emigrante en tierra extraña, desposeído de sus referencias cercanas, trasportado a otro universo cultural, sumergido en una cadena de producción-explotación que se reserva ahora a gentes llegadas del otro lado del mar.

Pero, me dirán con razón, ¿qué tendrá que ver esta copla con las ya próximas elecciones? Pues tiene que ver con que mientras unos y otros se disputan promesas dirigidas a los inmigrantes hay hombres y mujeres que mueren en el Estrecho, que son objeto de expulsiones exprés a sus países, o que, con mucha suerte, logran hacerse invisibles y sobreviven como mano de obra semiesclava.

Las leyes migratorias en vigor en el Estado español vulneran derechos fundamentales, y por más que se trate de buscar diferencias, lo cierto es que ni PP ni PSOE van a separarse un ápice de la nueva normativa europea que se anuncia bajo presidencia francesa de la UE. Por mucho que desde las filas de Zapatero se hagan aspavientos con respecto al contrato de integración, que con tanto interés defendió ayer el cabeza de lista de UPN, Santiago Cervera.

Mal que les pese a formaciones como la del consejero Javier Madrazo, en la parte de Euskal Herria que gobierna Lakua se otorga, con salvedades mínimas, ese mismo trato desigual a los ciudadanos inmigrantes, porque nuestro país no tiene derecho a determinar cómo gestiona el derecho a la nacionalidad. Eso sí, los vascos, en nuestra condición de «sin papeles», podemos entender mejor el déficit inaceptable de derechos que soportan los inmigrantes.

Las formaciones políticas del ámbito abertzale hacen gala de que la defensa de los derechos básicos de los vascos es posible en Madrid. Y remachan que para ello es imprescindible votar en unos comicios de los que se ha excluido a siglas avaladas por el voto de decenas y decenas de miles de ciudadanos.

De acuerdo a la documentación de la Junta Electoral, les diré que, por poner un ejemplo, una guipuzcoana puede votar el 9-M a Falange Española de las JONS, a Alternativa Española, a Unión Progreso y Democracia, a la lista Por un Mundo más Justo, a Unión Centrista Liberal, al Partido Familia y Vida, al Partido Antitaurino contra el maltrato animal, a Alternativa Motor y Deportes, a Democracia Nacional.... entre otras opciones. Eso sí, no podrá hacerlo a la segunda fuerza más votada en el herrialde en las elecciones municipales y forales de 2007. Con todo el respeto, esa exclusión desmiente de plano la afirmación escuchada ayer al representante del PSE, Eduardo Medina, que se refirió en términos de «primavera democrática» a la liza electoral del 9-M.

Ahora entiendo mejor a Iñigo Urkullu cuando en esa carta, en la que además de agradecerme el apoyo que, dice él, le di hace cuatro años -no hay de qué-, me invita a votar al PNV porque «podemos encontrarnos ante la mejor oportunidad en muchos años de cambiar el mapa político de Euskadi». Extirpando opciones electorales se altera, claro está, el mapa político. Cosa distinta es que el mapa resultante pueda ser considerado legítimo y democrático.

Por lo demás, y a la vista de los postulados de violencia que defienden algunas de las candidaturas que concurren a los comicios a Cortes, se desmorona la engañifa de que la «condena del terrorismo» da acceso directo a esta Champions League de la democracia que se hace llamar España. No, no. El escollo es otro y se sitúa, precisamente, en la vocación de un sector importante de nuestra sociedad de querer mostrarse en tanto que entidad nacional sujeta a los derechos que otorgan a los ciudadanos de pueblos soberanos las convenciones internacionales.

Por eso les hablaba al inicio de estas líneas de la emigración, porque uno de los retos con mayúsculas para los vascos del siglo XXI es poner las bases a un modelo de sociedad en que el origen no discrimine a las personas, en el que quienes trabajan, viven y sienten este país puedan ser parte activa a todos los efectos de la vida política.

Pero también me guía, lo confieso, otro motivo. Y es que en la carta de Urkullu se me convierte en emigrante... en mi propia tierra. Como «ciudadana vasca en el exterior» se dirige a mí y, es de suponer, al resto de ciudadanos del sur que vivimos en el norte de Euskal Herria.

La carta retrata el alcance del proyecto político del remitente que, por arte de envío postal electoral, se mimetiza con aquellos que pretenden mantener a todo trance este status quo que hace a los vascos extranjeros en su país. ¡Cuán generosa, por lo demás, la afirmación del señor Urkullu de que «aun estando lejos» para su partido «seguimos siendo parte de Euskadi»!

Como «residentes europeos», y tras pasar por el trámite del registro en el censo electoral, algunos vascos podemos elegir alcalde el 9-M, no así a los consejeros regionales. No somos, ni a un lado ni al otro, ciudadanos de primera.

Por tanto, contra lo que pueda pensar Urkullu, nuestra única opción no pasa por avalar la reducida -y dudosamente útil- presencia vasca en Madrid. Y puestos a ser prácticos, parece un voto más útil el que permite elegir la institución más cercana a la ciudadanía, el ayuntamiento o consejo municipal.

Por reseñar otras especificidades de estos comicios locales, en ellos no hay siglas independentistas ilegalizadas y en la mayoría de los casos los abertzales, a excepción del partido de Urkullu, comparten listas y tienen una marca propia en las cantonales: Euskal Herria Bai. Diferencias, hay, pero como para asimilarnos con la diáspora...

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