Jon Odriozola Periodista
Las reglas del juego
Aquí hay personas que no pueden votar su opción preferida. Y eso se llama fascismo. Llámese posmoderno, risueño, polícromo o mediopensionista. Esa es la cera que arde
A Anjel Figueroa
Se van a celebrar unas elecciones generales al tiempo que se detiene a todo dios que se menea en líneas solidarias y antifascistas y se mueve en renglones independentistas. Se invoca la Constitución como un tótem (así titulé mi primer «Jo Puntua» en GARA en ¡abril de 2000!), el estado de derecho como un mantra y las reglas del juego como un hare krishna. Pero esto no es fundamentalismo. Sí lo es, ajajá, es la «dictadura» de Castro en Cuba, según salmodian los muecines y almuédanos massmierdáticos occidentales desde sus almímbares y púlpitos.
El Gobierno pide a la grey (ahora le llaman «ciudadanía» como si esto fuera una república), pasándole la mano por el lomo, que vote (aunque sea al PP), que pase por el aro de las urnas como a Guillermo Tell le pedían inclinarse ante el sombrero de Gessler en el drama de Schiller o condene usted la violencia. No importa a quién, pero vota, cabrón. Eso legitima nuestros planes de explotación, represión y otros oprobios. Por ejemplo, la Ley de Partidos, cerrar periódicos y aherrojar entornos, contornos, dintornos, curvas loxodrómicas, hipotenusas, catetos y otras adyacencias oblicuas o tangenciales (lo transversal no, que está de moda).
Sin embargo -oigo desde un alminar- a esto no se le puede llamar fascismo o estado de excepción encubierto. Bai zera, qué va, fascismo es la extrema derecha, Hitler, Franco y el saludo a la romana de un descerebrado. O el Chile de Pinochet y los campos de fútbol repletos de detenidos. Algo del pasado y felizmente superado. Ahora vivimos en democracia y en un estado de derecho como no se cansan de repetir, como garrir de loros, voces, altavoces y ecos. Dime de qué presumes...
Para empezar, digamos que, verbigracia, en Francia, Italia, Japón o Alemania el fascismo fue derribado y se depuró, mal que bien, el estado. Aquí no (como sabe bien Carrillo), o sea, la primera en la frente o de aquellos barros estos lodos, que hoy voy de paremia sanchopancesca. El fascismo no es la cruz gamada ni el cara al sol en blanco y negro. El fascismo, en este minuto, es compatible con el Congreso, los partidos, los sindicatos, las manifestaciones y hasta las huelgas. Lo que hoy se llaman partidos políticos -o partidocracia- no son lo mismo que en la época de la democracia burguesa premonopolista liberal. Ni la prensa. La democracia burguesa fue un sistema para resolver cierto tipo de contradicciones dentro de la burguesía que solucionaban a través del Parlamento (o a hostias, como todavía hoy se ve en Italia o Taiwán y en 1837 entre Mendizábal e Istúriz que, en el fragor, llegaron a retarse a duelo y no a besarse como Rajoy y Zapatitos). Eso sí, contra el proletariado, leña al mono hasta que hable inglés. Los partidos no son parte de la sociedad sino del estado, que los necesita para aparentar que existe el pluralismo o el mismo perro con distinto collar. También la España liberal fusiló a Ferrer i Guardia en 1909 (y eso que no iba de catalanista por la vida). Vean, amigos, la cuestión no es cuantitativa, que también, sino cualitativa. Y aquí hay personas que no pueden votar su opción preferida. Y eso se llama fascismo. Llámese posmoderno, risueño, polícromo o mediopensionista. Esa es la cera que arde. Esas son las reglas del juego fascistas.