Jakue Pascual Sociólogo
Siempre hay un roto para un descosido
Balenciaga consideraba la ostentación signo de advenedizos. Plegado al ideal aristocrático de la perfección imposible, poseía el poder del prestigio que le otorgaba la aguja. No llevaba reloj ni perseguía el dinero. No es difícil adivinar qué pensaría a las puertas del 9-M
Entre el ser y el parecer se hallan el disfraz, la imagen y la autoestima como necesidades ataviadas de indumentarias. «Moda: Madama Morte ¡Madama Morte!», clama Leopardi. En la moda se libra una gran batalla en torno a la ostentación del poder y la hegemonía social sobre los cánones de la belleza. Lo exponía Veblen: «en ningún otro punto se siente con tanta agudeza la sensación de mezquindad, que el no llegar al patrón fijado por el uso social en materia de vestidos». «Son los vestidos que nos visten y no nosotros que vestimos», insiste Virginia Woolf.
Industria de las textiles, espacio burgués. Chica Gibson. Mujer S. La visión de los tobillos femeninos escandaliza. El sostén mata al corsé. En la vanguardia el Traje antineutral, la Mode de Hausmann, el constructivismo indumentario de Stepanova, la Boutique Simultanée y las fotos de Man Ray para «Vogue». El estilo Garzonne difumina fronteras sexuales. Medias de nylon. «Todo lo que es moda pasa de moda» para la colaboracionista Coco. El New Look de Dior redondea los hombros y ajusta la cintura. Y Balenciaga dicta moda frente a la minifalda, el pret-a-porter y Mayo del 68.
Reminiscencias imperio. Línea Cocon bolero. Balenciaga creaba volúmenes y formas en diseños únicos sin necesidad de más pruebas. El único Couturier (Coco Chanel). Zurbaran y Velázquez le inspiran colores. Viste a reinas y duquesas, a Ingrid Bergman en «Anastasia», a Marlene Dietrich y a multimillonarias que adquieren 150 piezas suyas al año. Lo sublime es la caída y no tiene costuras.
Se proyecta erigir un museo en memoria de Balenciaga. El Gobierno Vasco adquiere colecciones. Se organiza una asociación y Ginevechy promete ceder su fondo. El arquitecto Argilagos intima con Camio, entonces alcalde del PNV de Getaria, y realiza sin concurso el anteproyecto. La Fundación Balenciaga atrae a personalidades y el Gobierno Vasco le cede los fondos que posee del modisto. Se anuncia la apertura para 2003. Un año después falta por construir el edificio de cristal y acero, cuyas obras se financian con capital público gestionado por la empresa Barroeta Aldamar. El Colegio Vasco-Navarro de Arquitectos cuestiona la cualificación de Argilagos. Y ahora nos enteramos que lo presupuestado ha pasado de 6 a 21 millones de euros, de que la Fundación arrastra un déficit de 1,8 millones, de que el Ministerio de Cultura ha congelado la subvención, de que un informe revelaba que el arquitecto de Miami ha cobrado una cantidad no justificada de casi medio millón de euros, de que miembros de la Fundación quieren dimitir, de que se reprocha a Barroeta Aldamar el no controlar la gestión de Camio, de que no existe proyecto museológico y museográfico y de que de las colecciones depositadas ha desaparecido una cantidad de objetos no determinada.
Balenciaga consideraba que la ostentación era signo de advenedizos. Plegado al ideal aristocrático de la perfección imposible, poseía el poder del prestigio que le otorgaba la aguja. No llevaba reloj ni perseguía el dinero. No es difícil adivinar qué pensaría a las puertas del 9 de Marzo.