La elección por parte del Partido Republicano de John McCain como candidato a la presidencia, junto con el empate técnico entre Barack Obama y Hillary Clinton en el bando demócrata, ha acentuado la incertidumbre sobre las posibilidades reales de que los progresistas puedan desbancar a los conservadores en el Gobierno de los EEUU. Por un lado, McCain aparece cada vez más claramente como un candidato con posibilidades reales para volver a llevar a los republicanos hasta el despacho oval. Por otro lado, la disputa entre Obama y Clinton, que hasta hace poco hacía vibrar a las bases demócratas ante la perspectiva del cambio político en el país, se está convirtiendo en una lucha intestina que a medio plazo sólo puede debilitar al vencedor. Además, McCain puede comenzar de inmediato la verdadera campaña -es decir, la de los votantes y no la de los partidarios-, mientras que los demócratas parecen condenados a llegar a la Convención de agosto para decidir su candidato. Se empieza a hablar seriamente de la posibilidad de un tándem Clinton-Obama, pero ninguno de los dos parece dispuesto a ceder el primer puesto de ese equipo. En definitiva, la certeza del cambio se torna menos clara.