Julen Zabalo Sociólogo
Por responsabilidad democrática: abstención
El profesor Julen Zabalo muestra el valor político y social de la abstención activa. El valor de la abstención frente a un Estado que sueña con la aniquilación del adversario y frente a «quien tenga en mente sucedáneos de arreglo político». También su valor en favor de «los mil proyectos y batallas en que trabajamos popularmente».
Cuando durante los días de elecciones, los medios de comunicación informan periódicamente de los índices de participación, se observa un cierto despiste y desinterés por parte de la gente, que no termina de calibrar si el dato que se le están dando es alto, bajo, importante o intrascendente. Esta vez, en cambio, este dato creará más expectación: una abstención alta se podrá interpretar de muchas formas (incluida la influencia que en ella haya tenido la izquierda abertzale); pero una baja se interpretará uniformemente como un fracaso de ésta. ¿Por qué corre, entonces, este riesgo la izquierda abertzale?
Empecemos por cuando lo democrático es la abstención. En las democracias representativas, los gobiernos incentivan acudir a las urnas porque es la máxima expresión de la soberanía popular. Una participación alta indica la implicación de la ciudadanía en los temas públicos; una participación baja, en cambio, viene a significar desinterés por parte de la población, un alejamiento entre el pueblo y los representantes políticos.
Pero la abstención también se ha utilizado mucha veces con criterio político claro, a modo de protesta, por no estar de acuerdo con una determinada postura o trayectoria. No son pocos los casos en Hego Euskal Herria que nos lo demuestran. Las elecciones durante el franquismo tenían un alto grado de abstención, porque eran una mezcla de las dos razones que llevan a la abstención: el desinterés de la población por unas elecciones no democráticas, donde no se jugaba nada; y la protesta propuesta por los agentes políticos del momento, con objeto de no legitimar la dictadura franquista. Esta postura queda claramente expresada en diciembre de 1976, cuando se presenta a referéndum el proyecto de Ley de Reforma Política, ante el que toda la oposición al franquismo propone la abstención, porque no se daban las condiciones democráticas mínimas.
Pero el caso más notorio de abstención fue, sin lugar a dudas, dos años después, en diciembre de 1978, con el referéndum sobre la Constitución española. En Euskal Herria, buena parte de las fuerzas políticas (entre las que se incluyen, en ese momento, el PNV y la izquierda abertzale) proponen también la abstención, por considerar que dicha constitución no ha recogido los anhelos de la ciudadanía vasca.
La abstención, por tanto, lejos de reflejar solamente un mero desinterés de la ciudadanía, puede resultar todo lo contrario: una postura responsable y coherente ante una situación que se considera injusta y no democrática. Además, para que triunfe o se haga notar, debe proponerse de una manera organizada y pública. Esa es, precisamente, la propuesta de la izquierda abertzale para las próximas elecciones españolas: hacer público nuestro hartazgo por la interminable lista de agravios y atentados contra la izquierda abertzale, y exponer nuestra alternativa para una verdadera solución del conflicto nacional vasco-español.
Además, tengamos en consideración el factor del hartazgo. En democracia todos los votos valen igual; eso es lo que se dice. Pero la realidad indica que hay votos que valen menos. Incluso se llega a prohibir el voto a algunas personas, como castigo por una conducta poco cívica. Ese es el caso de bastantes presas y presos, a quienes se retira su derecho a participar en la vida política del país. Ese ha sido el caso, pues, de cientos de presas y presos políticos vascos.
Ahora, sin embargo, el Estado da un paso adelante, y conculca de facto el derecho a voto no ya de cientos de personas, sino de cientos de miles de personas. Bien se puede decir que no se nos niega el derecho a votar, pero cuando miles de personas desean votar por una opción política concreta, y a esa opción política se le niega la posibilidad de presentarse, en verdad lo que se está haciendo es prohibir la posibilidad de votar a todas esas personas que hubiesen apoyado a la opción política prohibida.
Nos convertimos en un voto maldito: si queremos, tenemos la oportunidad de votar a las opciones que se presentan a las elecciones, y en ese caso, se aceptan nuestros votos para engordar sus datos; pero si no queremos apoyar a esos partidos que se presentan, mejor estamos callados y en casa, engordando los datos de la abstención técnica, siempre difícil de analizar, y sin interferir en la marcha normal de su democracia.
No quieren oir hablar de presos y presas políticas; no quieren que en la campaña se hable de oposición al TAV; no quieren, por supuesto, que se destapen denuncias por corrupción; ni que, fuera de las huecas promesas de rigor, se llame a la gente a luchar por unas condiciones dignas de empleo, de vivienda... No quieren ni por asomo a la izquierda abertzale en las instituciones y en la vida política pública, porque habla de todo esto, y eso los pone nerviosos en su placentera actividad.
Por último, consideremos la apuesta por una abstención responsable. Quedaba meridianamente claro que en estas elecciones de ninguna forma se iba a permitir una candidatura de la izquierda abertzale. La imagen que se pretender hacer llegar es que la izquierda abertzale o no existe o está encarcelada. Ante esa tesitura, lo importante era saber reaccionar y hacerse ver y valer, para lo que cabían dos posibilidades. Una era la de optar por la papeleta propia, y reclamar después los votos declarados oficialmente nulos, tal como se ha hecho en los últimos cinco años. La otra era la abstención. En cualquier caso, lo importante era adoptar una postura que no admitiera dudas de que se correspondía con la izquierda abertzale. Y para eso, nos sirve tanto el voto nulo como la abstención, pero con la diferencia que ésta puede aportar un carácter más rotundo a nuestro rechazo.
Lo importante, pues, es que la abstención se haga notar, y que de ninguna manera pueda llegar a confundirse con la abstención pasiva. Ahí está la apuesta. Por ello, la abstención el día 9 de ninguna manera podrá ser un «hoy no voy a votar». Al contrario, tiene un sentido y una responsabilidad mucho mayores.
Es la responsabilidad democrática de hacer valer nuestros derechos, de decir al Gobierno español que la represión no es el camino para solucionar el conflicto nacional en Euskal Herria. Es también la responsabilidad de dejar claro a quien tenga en mente sucedáneos de arreglo político, que no se puede arrinconar a la izquierda abertzale, y de que hay que contar con ella para avanzar. Y es la enorme responsabilidad de hacer valer las diferentes luchas populares en que la izquierda abertzale está implicada: del colectivo de presos, del TAV, de asambleas de mujeres, del movimiento juvenil, y de otros movimientos ciudadanos. Ante ello, retomamos un arma histórica, el de la abstención, para hacerles ver que no puede haber democracia conculcando derechos básicos.
Todo eso tenemos que demostrarlo por medio de la abstención. Tienen que tomar nota de que, aún sin opción política a quien votar, no nos dividen, y nos pueden contar perfectamente. Tienen que saber que tenemos las cosas claras, y que no vamos a permitir engaños ni componendas en la resolución del conflicto. Tienen que saber que ni nos vamos a quedar paralizados por el miedo y la incertidumbre que provoca la represión, ni vamos a abandonar los mil proyectos y batallas en que trabajamos popularmente. Sabrán que nos siguen teniendo enfrente.