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Elecciones en Estado de Excepción

El PNV recurre a Loiola como su nuevo fetiche electoralista

Desde 2001, el PNV ha recurrido siempre al Plan Ibarretxe como banderín de enganche electoral; bien porque ha perdido gancho o porque el PNV no sabe qué hacer con la consulta, lo que ahora vende es Loiola, en versión descafeinada.

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Análisis | Ramón SOLA

Mal debe ver su panorama electoral el PNV cuando ha decidido, ahora, abrazarse a los rescoldos de Loiola, el mismo Loiola del que se marchó junto al PSOE. «Parece difícil que lo que entonces se pudo conseguir no se pueda redondear hoy», ha dicho Urkullu. ¿Quién no suscribiría algo así? Pero eso que los jeltzales llaman Loiola es otra cosa: una oferta dirigida sólo al PSOE... y su nuevo amuleto electoralista.

En su último discurso al frente del PNV, el pasado 30 de setiembre en las campas de Foronda, Josu Jon Imaz cerra- ba la página de Loiola con tono crispado y sin medias tintas. Recordaba ante sus compañeros que justo un año antes «les dijimos que no. Que este partido, como demócrata y como abertzale, nunca aceptaría que el futuro de los vascos lo construyese nadie que no fuera su libre voluntad democrática (...) Han de saber que nunca van a doblegar al PNV y a sus gentes».

Imaz se fue y llegó Urkullu. Y, de repente, la dirección del PNV parece haberse caído del caballo y haber visto la luz precisamente ahí, en el santuario. «Es posible, porque se tocó con la yema de los dedos -ha dicho el presidente jeltzale-. En las conversaciones tripartitas se cerró el diagnóstico y la solución a la ecuación de convivencia. Parece difícil que lo que se pudo conseguir no se pueda redondear hoy». No es el único. Josu Erkoreka, su portavoz en el Congreso, añade que ésa precisamente debe ser la clave de la posición del PNV ante quien llegue a La Moncloa. Y un veterano como Iñaki Anasagasti ensalza que en Loiola hubo «una base de trabajo muy importante».

Tales mensajes pueden tener su efecto en una campaña en la que la clave de cualquier estrategia es vender ilusión. ¿Quién no apoyaría un retorno al diálogo? ¿Quién no celebraría que los interlocutores de la izquierda abertzale salieran de la cárcel y volvieran a la mesa de negociación? ¿Y que de nuevo hubiera una situación de alto el fuego de ETA? ¿Y que la solución política y la paz fueran una perspectiva factible y no un sueño lejano?

El problema es que el PNV no vende ilusión, vende humo. Porque no vende Loiola, vende otra cosa. Debajo de la etiqueta hay una mercancía averiada: los acuerdos bilaterales con el PSOE, una fórmula que mantiene a Euskal Herria en la misma estacada 30 años después.

La oferta, por cierto, fue llevada ayer por toda la cúpula jeltzale a Madrid. Desde un hotel, Iñigo Urkullu propuso a Zapatero llegar a un acuerdo «para que los vascos no nos sintamos sin aire para respirar y los españoles no tengan que volver a cantar `Montañas nevadas' [himno juvenil falangista] ni recitar el catecismo del padre Astete».

No hace falta bucear mucho en las declaraciones para detectar que el PNV no habla de Loiola (que, por cierto, desapareció de su discurso ayer en Madrid). Empezando por lo más obvio, se oculta que había un tercer interlocutor imprescindible: la izquierda abertzale. La oferta del «Loiola bis» va dirigida expresamente al PSOE, e incluso al PP si ganara. Pero no a la izquierda abertzale. Y para ese viaje no hacen falta muchas alforjas, porque es bien sabido que PSOE y PNV mantuvieron una posición perfectamente homogénea en la mesa, y se levantaron de ella también a la vez.

Tampoco en el fondo del tema hay excesiva trampa ni cartón en los discursos del PNV. Anasagasti, por ejemplo, argumenta que «con los pactos alcanzados en Loiola se puede seducir a España». No estaría de más que quienes se presentan como representantes vascos en Madrid apostaran algún día por lo contrario: que sea España quien trate de seducir a los vascos respetando sus derechos y cancelan- do sus injerencias.

El fondo fraudulento de esta reconversión jeltzale a Loiola queda más en evidencia cuanto más alzan el tono sus candidatos. Al calor de los mítines, se han oído afirmaciones como ésta del cabeza de lista por Gipuzkoa, José Ramón Beloki: «Ha llegado el momento de abordar el conflicto político. Vamos a jugar en serio, esta vez vamos a por todas». ¿Ahora sí? ¿Y por qué no en Txiberta (1977), cuando se pudo haber escrito un futuro en paz? ¿Por qué no en Argel, una década después, cuando el PNV hizo de perro del hortelano que ni come ni deja comer? ¿Por qué no en Lizarra, otra década después, cuando optó por bajarse del tren a medio camino? ¿Y, en fin, por qué no en el mismo Loiola hace apenas cuatro días?

A los candidatos jeltzales habrá que reconocerles coherencia en sus discursos. El argumentario de campaña está claramente definido. Pero sólo en los discursos. Los hechos van, una vez más, por otro lado. Por ejemplo, ¿cómo casan los porrazos de la Ertzaintza en esta repentina apuesta verbal por la búsqueda de soluciones?

La Policía autonómica ha intervenido dos veces en campaña: la primera, para defender la tortura, ante la Audiencia de Donostia; la segunda, para abrir paso al fascismo, en Donostia o en Gernika. ¿Será éste otro ingrediente de la seducción a España vía Loiola? Quizás. Lo que está claro es quién ha sido el destinatario de las cargas en las dos ocasiones: la izquierda abertzale. Una izquierda abertzale que no tiene sitio en su sucedáneo de vuelta al santuario y que advirtió hace tiempo del intento de «fraude» con un discurso que a muchos les pareció únicamente preventivo, pero que a la luz de la campaña del PNV suena más real que nunca. La edil Mariné Pueyo respondía así tras la manifestación del sábado en Iruñea: «Algunos tienen más cara que espalda, ¿a quién quiere engañar Urkullu? Aquí nos conocemos todos».

El discurso pro-Loiola ahora suena tan falso que no hace más que retratar el temor del PNV a un retroceso electoral. No es nuevo que los jeltzales recurran a fetiches en clave soberanista o en clave de solución cada vez que llegan las elecciones. Luego ya es otra cosa. Así lo hicieron incluso en 1996, para pocos días después apoyar la investidura de un tal José María Aznar, como todo el mundo sabe es partidario de los derechos de Euskal Herria y la resolución del conflicto donde los haya.

Desde entonces, y sobre todo tras constatar la buena acogida electoral dada por la mayoría de la ciudadanía vasca a Lizarra-Garazi, el PNV ha recurrido cada vez con más intensidad a discursos de este tipo en cada convocatoria electoral. El Plan Ibarretxe se ha ido reinventando a sí mismo para ir haciendo de banderín de enganche electoral. La jugada le salió perfecta en 2001, pero conforme pasan los años su efecto cada vez se difumina más. Cuestión de credibilidad. Hasta José Luis Rodríguez Zapatero se ha permitido ironizar al respecto, al indicar que al fin y al cabo el lehendakari «lleva hablando de su consulta desde el año 2000».

En 2008, se intuye que la hoja de ruta de Ibarretxe, a fuerza de reescribirse, ha perdido gancho. O bien que el PNV no sabe qué hacer con esa consulta con fecha comprometida y que le obligaría a echar el órdago al Estado al que siempre ha renunciado. El caso es que los jeltzales se han decantado esta vez por otro fetiche: Loiola, versión light.

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