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Agustín Morán miembro del centro de asesorías y estudios sociales (CAES, Madrid)

Izquierda, política y mercado

En las sociedades de mercado la actividad política se realiza al margen de la vida de los y las ciudadanas. Dicha actividad consiste, sobre todo, en crear las condiciones que hagan posible la libertad de empresa y en gestionar sus permanentes crisis económicas, ecológicas y bélicas. Aunque el caos mercantil no podría sostenerse ni un día sin las muletas del estado, los políticos de mercado se esfuerzan en convencernos de lo peligrosa que es cualquier intervención política en la economía.

El régimen político que permite que la libertad de empresa tenga más fuerza que las libertades y los derechos ciudadanos usa el nombre de «democracia». Los políticos, sindicalistas e intelectuales defensores -o leales opositores- de este orden, se autodenominan «los demócratas». En el régimen parlamentario de mercado la oposición se reduce a expresiones de desacuerdo verbal entre corporaciones de políticos profesionales que no persiguen cambiar el rumbo de la sociedad sino empuñar el timón. El pluralismo político se limita a las broncas mediáticas entre el modelo liberal-keynesiano defendido por la izquierda cuando está en la oposición y el modelo neoliberal defendido y aplicado por la derecha y por la izquierda cuando están en el gobierno. La oposición real es la que no se produce entre quienes consideran el capitalismo un hecho natural y quienes lo consideran un hecho político producto de la desigualdad, el dominio y la explotación. La existencia de la izquierda está vinculada a la oposición de masas contra el orden totalitario y violento del mercado. Al igual que no hay libertad sin lucha por la liberación, no hay izquierda sin enfrentamiento con el capitalismo. El vacío de oposición es simétrico al vacío de una izquierda real, entendida ésta como una teoría y una práctica política sustancialmente diferentes de la teoría y la práctica de la derecha.

Las políticas redistributivas y de igualdad de género deben ser apoyadas. Pero sin olvidar su carácter paliativo y su dimensión demagógica. Más allá de su positividad parcial son, sobre todo, un instrumento para la sostenibilidad del mercado, un mecanismo para desactivar cualquier movimiento social que avance en solitario y maquillaje para la izquierda capitalista. Las políticas sociales, ecológicas y feministas de los «políticos de mercado» son una gota de bálsamo frente a la potencia ideológica -constructiva y destructiva- del enriquecimiento y la competitividad.

Romper con el PP es conseguir que vivienda, alimentación, educación y sanidad estén fuera del mercado, que se respete la autodeterminación popular y los derechos y libertades fundamentales, que los cuidados tengan el rango de actividad primordial para todas y todos y que el gobierno se mantenga al margen de agresiones y crímenes de guerra contra otros pueblos, lo que supone cancelar las bases militares extranjeras en nuestro territorio y poner fin a la pertenencia del estado español a la OTAN. Pero esto significa romper también con casi toda la política del PSOE. Votar por el PSOE significaba y significa votar a favor de sus políticas enfrentadas al PP (el 5%), pero también significa votar a favor de sus políticas coincidentes con las políticas del PP (el 95%). Votar al «poli bueno» contra el «poli malo» es cumplir fielmente el guión que han escrito para nosotros. Este guión permite que la violencia competitiva -más totalitaria cuando más global- se despliegue libremente. A pesar de sus consecuencias, el auge de la economía de mercado se explica por su capacidad para convertir la democracia en «política de mercado». Es decir, en una dictadura parlamentaria del capital.

Cualquier movimiento social que no se deje sobornar ni intimidar, es objeto de criminalización y represión haciendo caso omiso de libertades políticas y garantías jurídicas. La dificultad para luchar por la paz, la democracia y la seguridad desde dentro del régimen parlamentario, explica muchas expresiones violentas calificadas como terrorismo. Esta dificultad consiste en la negación «oficial» de la verdadera naturaleza de los conflictos. Pero dicha negación no disuelve los daños ni hace desaparecer a las víctimas de dichos conflictos. Lo que es aplastado y reprimido acaba reapareciendo de forma destructiva y autodestructiva.

Estar contra el terrorismo exige identificar sus causas. Todo lo contrario de lo que hizo la Comisión Parlamentaria que investigó en 2005 los atentados del 11-M-04 en Madrid. En lugar de analizar la relación entre dichos atentados y la participación del estado español en la invasión de Iraq, esta Comisión se dedicó a especular sobre qué había fallado en los servicios de seguridad para que los terroristas pudieran poner las bombas. Con semejante planteamiento no es de extrañar que dicha Comisión fuera incapaz de llegar a conclusión alguna. Ni tampoco que, una vez descentrada la investigación, el PP utilizara este foro con el mayor cinismo para proferir las acusaciones más inverosímiles, burlándose del parlamento, de la democracia, de la población española y de los 197 muertos y 1.500 heridos producidos como -una primera- respuesta a su participación en los crímenes de guerra contra el pueblo iraquí además de otras cooperaciones con el terrorismo de estado de Israel y EEUU contra el pueblo palestino y otros pueblos.

La acción militar en represalia al lanzamiento de misiles caseros desde Gaza contra territorios ocupados por los israelíes, persigue doblegar a la población civil para que reniegue del gobierno de Hamás legítimamente elegido. Al mismo tiempo, la izquierda laica palestina hace negocios con Israel y EEUU para destruir a su rival islámico elegido democráticamente. Quienes asesinan cada día niños palestinos desde sus blindados y sus misiles, consideran terrorista a un joven suicida que hace explotar su mortífera carga en un autobús. ¿Con qué autoridad moral se puede llamar «terrorista» a unos y «Ejército» a otros? ¿Con qué argumento se puede calificar de izquierda al presidente Mahmud Abbas y sus seguidores?

El debate metafísico sobre qué asesinatos son acciones terroristas y cuales no, forma parte de la propaganda de guerra. Lo único importante para acabar con el terrorismo es la resolución dialogada de los conflictos en base a la justicia y la democracia. Todo lo demás es ruido y tormentas en un vaso de agua entre globalizadores y alterglobalizadores. A las 24 horas de reconocer el derecho de autodeterminación como principio básico de una constitución democrática, se terminaba la violencia de ETA (las otras violencias, no). Sin embargo el bipartidismo que administra la monarquía neofranquista no puede revisar la Constitución aprobada bajo la amenaza del golpe militar sin poner en cuestión su propia legitimidad. Por otro lado, al día siguiente de sacar a España de la OTAN, romper relaciones con el Estado terrorista de Israel y traer los soldados españoles de Líbano y Afganistán, desaparecería el peligro de atentado islamista en territorio español. Pero la servidumbre del régimen al imperialismo de los EEUU impide al régimen monárquico dar ese paso.

La izquierda capitalista, los movimientos sociales que ésta ha colonizado y el circo electoral, forman parte del problema, no de la solución. Es necesario avanzar, sobre todo desde fuera de este escenario. Lo que más les duele es que no ejecutemos voluntariamente el miserable papel que nos han asignado. Eso exige dejar de apoyar a los partidos y sindicatos que, con palabras de izquierda, realizan políticas de derecha, pero también olvidarse de las subvenciones y apoyos procedentes de ese mundo. Dejar de echar balones fuera y comprometerse con la organización política de las víctimas del mercado y del estado desde abajo del todo. El que quiera peces tiene que mojarse. Así se evitará el aislamiento de quienes luchan de verdad y se deslindarán los campos entre la izquierda y la derecha, hoy confundidos en un bipartidismo que, a través de sus redes clientelares, penetra como una metástasis en los movimientos sociales y en la conciencia de todos. Por eso nadie se cree nada. Muchos millones de personas asalariadas votan al PP porque es más racional votar al original que votar a las copias. En este contexto cualquier avance de la izquierda en el terreno electoral es a costa de la liquidación de sus valores ideológicos y de su memoria histórica. Con nuestra debilidad aumenta la fuerza y la osadía del enemigo.

Hace poco más de un año oí decir a Teresa Toda, víctima - entre otros muchos- de la Audiencia Nacional en el macroproceso 18/98: «el sufrimiento nos hace mejores personas». La entereza ante la represión, la lealtad y la firmeza ante los cantos de sirena que premian al esquirol, nos hace mejores personas. Para los políticos de mercado, pragmáticos y oportunistas, este comportamiento es propio de lunáticos. Pero para la regeneración política y ética de la izquierda son virtudes insoslayables que hoy, en el Estado español, no tienen nada que ver con el mercado electoral.

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