CRíTICA cine | La vida vale más que el arte
«Los falsificadores»
Mikel INSAUSTI
La producción austriaca que ha conseguido el Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa me parece mucho más interesante y lograda que las que competían de puertas adentro por las principales estatuillas, porque tiene el mérito de dar un enfoque diferente y novedoso al tema del Holocausto, sobre el que se han hecho tantas y tantas películas que inciden una y otra vez en el victimismo, no por justificable menos reiterativo. «Los falsificadores» es una película, si se me permite la expresión, bastante canalla y cínica. Reivindica a ese tipo de héroe que despareció del cine hace tiempo, y que no necesitaba ser positivo para caer bien. Su carisma solía estar por encima de sus virtudes, porque ser listo y no tener otros ideales que los de la supervivencia no es ningún delito. Diciendo todo esto solamente cabe pensar en Humphrey Bogart, resucitado gestualmente por otro grandísimo actor llamado Karl Marcovics, premiado en la Seminci de Valladolid por su arrolladora caracterización del falsificador Salomon Sorowitsch. También posee un perfil duro y esa altivez del tipo egocéntrico que, al final, demostrará tener conciencia. Pero su condición de irremediable bribón le hará quedarse con el botín, una vez finalizada la guerra.
El realizador Stephen Ruzowitzky, digno heredero de la escuela de los maestros vieneses, sabe hacer honor a esa ironía de la que siempre dieron cuenta Billy Wilder y compañía. En «Los falsificadores» se atreve a presentar a un grupo de judíos privilegiados, que viven mimados por sus verdugos en el campo de concentración de Sachsenhausen, mientras el resto de prisioneros sufren todo tipo de penalidades. El precio a pagar a cambio de un colchón mullido, comida en el plato y duchas con agua caliente es el de la colaboración. Sorowitsch y los suyos se convierten en colaboradores sin buscarlo, ya que son las SS las que requieren sus servicios. Los nazis les necesitan para poder llevar a cabo la Operación Bernhard, consistente en fabricar billetes falsos de las potencias enemigas para arruinar sus economías y fortalecer la suya. En la imprenta clandestina instalada en un par de barracones trabajan afanosamente por conseguir buenas imitaciones de las libras, primero, y después de los dólares. Actúan como verdaderos especuladores, porque saben que el Reich agota sus últimos cartuchos y que la contienda puede concluir en cualquier momento. El funcionamiento de la imprenta les asegura el poder seguir con vida en unas condiciones aceptables, a la vez que intentan ganar tiempo para que los planes de Hitler no lleguen a dar su fruto impidiendo la ansiada liberación a manos de las tropas aliadas.
Queda claro que «Los falsificadores» no es una película de mártires, sino de simples supervivientes obligados a recurrir a la picaresca para salvar el pellejo. Un contexto histórico muy real, del que rara vez se suele hablar, y que aquí está además contemplando desde la perspectiva artística. Sorowitsch, al igual que tantos otros famosos falsificadores, era un artista. A un joven e ingenuo camarada, que también ha estudiado pintura, le dice: «Haciendo arte no se gana nada, se gana haciendo dinero». Una filosofía muy políticamente incorrecta, pero que evidencia la situación de muchos genios que han tenido que utilizar su talento creativo para salir adelante en circunstancias extremas. Son bien ilustrativas al respecto las secuencias en que, inicialmente, Sorowitsch dibuja o pinta retratos de los oficiales alemanes, con tal de no morir de inanición.
T.O.: «Die fälscher». Dirección y guión: Stefan Ruzowitzky.
Int.: Karl Markovics, August Diehl, Devid Striesow, Marie Bäumer, Martin Brambach, Dolores Chaplin, August Zirner, Veit Stübner, Tilo Prückner, Andreas Schmidt. País: Austria, Alemania, 2007. Dur.: 98 min. Género: Bélica.