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Maite SOROA

Paliza a Ibarretxe (en «El Mundo»)

Pocas veces he leído -y mira que he leído a estas alturas- una ristra de descalificaciones tan larga dedicadas por una sola persona a otra. Menos aún cuando, a buen seguro, no se conocen personalmente.

Arcadi Espada, en «El Mundo» -donde ayer se felicitaban por el urkullismo jelkide- le dedicó ayer al lehendakari de la CAV una hermosa sarta de suspensos. Lean, lean.

Según Espada, lo de Ibarretxe es, simplemente «un fracaso político sucesivo, profundo, inobjetable. Ni siquiera el generoso concierto económico ha permitido mantener algún brote de excelencia en la gestión». Por ahí empieza: «Es casi un lugar común la degradación del otrora excelente sistema público de salud (...) el lugar del País Vasco en el Informe Pisa sobre la calidad de la educación es, asimismo, particularmente llamativo: entre las comunidades españolas, Aragón, Navarra, Cantabria, Asturias y Galicia han obtenido mejor puntuación. Hablamos del País Vasco, no se olvide: una comunidad bien financiada, con baja demografía y muy poca inmigración; no es una exageración decir que, evaluado el contexto, sus resultados son los peores de España».

Y sigue por la política pura: «Ibarretxe fue Lizarra; es decir, el intento del nacionalismo vasco de situarse fuera de la ley. Pero sólo sirvió para el rearme de ETA y para abrir dos dedos más la herida de la sociedad vasca. Ibarretxe fue su plan. Aprobado en el Parlamento vasco por una mayoría escuálida, en la que fue decisivo el apoyo de los aliados de los terroristas, y rechazado en bloque por el parlamento español (...) hoy es despreciado por sus propios compañeros de partido como un molesto artefacto anacrónico y una mera obsesión personal, casi patológica, de su principal dirigente. Ibarretxe es también el nombre que puede prenderse a la pérdida sostenida de apoyo electoral al PNV, a su división interna (con la salida del razonable Imaz), al fracaso de la reunificación con EA y a la situación de marginalidad política del País Vasco en el conjunto de España, que quizá nunca fue tan nítida como ahora. E Ibarretxe es, naturalmente, la continuidad de los crímenes terroristas, y sólo un poco de retórica ante la siniestra deuda que el nacionalismo tiene aún abierta con las víctimas». ¿Qué dirá Urkullu al leer «El Mundo»?

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