Tony Blair se lo jugó todo para asegurar el éxito del proceso irlandés
Primero fue su consejero Alistair Campbell. Ahora le toca el turno a su secretario, Jonathan Powell. Para cuando le llegue el turno de publicar sus memorias, al ex primer ministro británico Tony Blair le va a quedar poco que contar. Ya se han desvelado sus emociones, sus enemistades y ahora, en este último capítulo se desgranan los riesgos en los que incurrió el mandatario británico en su empeño de que la resolución del proceso de paz irlandés fuera un éxito.
Soledad GALIANA |
Según lo que desvela Jonathan Powell, secretario del primer ministro laborista Tony Blair desde 1995 hasta su retirada de la política el pasado año, en su libro, el mandatario británico estaba dispuesto a jugarse el todo por el todo para conseguir una resolución al conflicto irlandés, incluso el llegar a extremos que cualquiera de sus predecesores, y posiblemente sus sucesores a las riendas del gobierno británico, no durarían en echarle a la cara si el proceso de paz irlandés hubiera resultado un fracaso. Quizás por ello su empeño en que fuera un éxito. El mejor legado de Blair es el gobierno compartido y la paz de la que hoy disfrutan los norirlandeses.
Según relata Jonathan Powell en su libro, «Gran Odio, Poco Espacio: Pacificando Irlanda del Norte», Blair se ofreció a reunirse en secreto con los ocho miembros que lideraban el Consejo Militar del IRA con el apoyo del ya ex presidente estadounidense Bill Clinton en 2001 para salvar el proceso de paz de un posible colapso a consecuencia del desacuerdo sobre las modalidades del decomiso de armamento. Y el que fuera mano derecha de Blair asegura que su lección debería a aplicarse a la situación de hoy, y que Occidente debería iniciar negociaciones con al-Qaeda.
Según Powell, Blair también ofreció al presidente de Sinn Féin, Gerry Adams la posibilidad de excarcelar a los presos de IRA en un año como parte de las negociaciones del Acuerdo de Viernes Santo en 1998, e incluso se enfrentó con los mandos militares sobre la negativa del Ejército británico a facilitar la desmilitarización del norte de Irlanda.
La razón tras el interés de Blair de negociar con Sinn Féin se encuentra exactamente en la causa por la que otros mandatarios hubieran manifestado su rechazo ante tal posibilidad: su creencia en que el partido republicano tenía influencia directa sobre aquellos que controlaban las armas.
De hecho, el secretario de Blair recuerda que ante comentarios derogatorios por parte de uno de los líderes del SDLP, Seamus Mallon, apuntando a que los británicos negociaban con Sinn Féin «porque tenían las armas», su respuesta fue «sí, ¿y qué más?». De hecho, Jonathan Powell asegura que las concesiones británicas a los republicanos fueron correctas, a pesar de que sabían que «el IRA podría volver a la violencia en cualquier momento, como lo hicieron con la bomba de Canary Wharf [en 1996]».
Las reuniones que se mantuvieron entre los británicos y Sinn Féin significaron un menoscabo de los prejuicios y criminalización que históricamente habían sufrido los republicanos.
En su libro, el secretario de Tony Blair, Jonathan Powell, recuerda varias anécdotas que ilustran una imagen mucho más relajada y amistosa de los que hasta aquel momento habían sido el mayor enemigo de los británicos, como cuando tuvo que arrastrar a Gerry Adams y Martin McGuinness cuando jugaban con los hijos de Blair en el jardin de la residencia oficial del primer ministro en Downing Street, en Londres.
Powell recuerda como durante la primera reunión entre Blair y los líderes de Sinn Féin en Belfast, poco después de su victoria electoral en 1997 -la primera entre Londres y republicanos en 80 años- el primer ministro británico estrechó la mano de todos los delegados republicanos en la reunión, mientras que tanto él como el resto de los miembros que formaban la delegación británica se negaron rotundamente a ello.
O como durante la segunda reunión de Sinn Féin y Blair, esta vez en Downing Street, hubo lugar a malentendidos, como cuando McGuinness comentó que esa era la habitación en la que se «había producido el daño».
Los británicos entendieron que se estaban referiendo al ataque con mortero en 1991 contra la residencia del primer ministro británico.
El republicano, sin embargo, tuvo que aclarar que se refería a la firma del tratado que en 1921 estableció la división de Irlanda.