Raimundo Fitero
Otras pasiones
Se supone que un cofrade debe ser un creyente, alguien que sacrifica sus horas, sus fuerzas para pasear una figura de la pasión con la intención de venerar a su dios. Un dios que todo lo ve, todo lo decide, que está mirando desde algún lugar todo lo que sucede, que nos trae el hambre, la bondad, la enfermedad y la salud. Un dios que si manda llover, llueve. Por lo tanto, ¿por qué lloran los creyentes si no pueden salir de procesión por la lluvia? Cada vez que aparecen esos cientos de personas compungidas porque no han podido exhibirse con sus cantos, sus cirios, sus caperuzas y sus maniobras, siento una gran desazón porque a lo mejor estamos no ante un fenómeno religioso, sino ante una atracción turística, un ejercicio de egoísmo, algo que a su dios, precisamente, no le gusta. Hay otras pasiones, otros calvarios que si los manda dios es como para decirle cuatro o cinco cosas seguidas. Calvarios que han acabado en muerte, voluntaria o accidentalmente. Una de ellas es Chantal Sébire la ciudadana francesa que estaba siendo devorada por un cáncer en las fosas nasales que le había transformado la cara de una manera monstruosa, que además le provocaba dolores bastante insoportables. La justicia terrenal francesa, siguiendo las consignas de los delegados de ese dios en la tierra, no le había autorizado que se le practicara la eutanasia, lo que le ha obligado a practicársela ella misma, es decir, a suicidarse, o al menos eso se deduce al encontrar su cuerpo sin vida tres días después de la negativa oficial. El otro calvario es de otra índole, lo sufrió Anna Moreno, una mujer que había aparecido en algún programa televisivo denunciando su situación de aparente «mobing inmobiliario», que padecía, según ahora se sabe, trastornos sicológicos graves, que decidió que antes de que se ejecutase la orden desahucio que pesaba sobre su vivienda, quemarla, dejarla para que nadie pudiera aprovecharla. Lo que sucedió es que no calculó bien los efectos, se produjo una deflagración y murieron sus dos vecinos y ella misma. Dos tragedias cotidianas, sin nazarenos que les canten, sin más literatura que el informe forense y la investigación policial.