Josu Iraeta ex diputado de Herri Batasuna
Serenidad, constancia y fuerza
Iraeta realiza en este artículo un breve balance de los últimos 30 años y analiza la evolución del discurso oficialista respecto a Euskal Herria y al derecho de autodeterminación. Sirva este texto para que hoy, Aberri Eguna, los ciudadanos y las ciudadanas vascas hagan su propio balance.
Hubo un tiempo en que todas las fuerzas políticas, vascas y españolas, proclamaban la necesidad de atraer a Herri Batasuna a la práctica política institucional. Se argumentaba que era un error inmenso la postura de no «participar» en las instituciones de rango superior. Había quienes calificaban esta postura de fraude al electorado y también quienes, sin llegar a tanto, decían que era posible y necesario defender los proyectos políticos en todos los foros y frentes a nuestro alcance.
No es necesario citar aquí a quienes hoy combaten lo que hace treinta años públicamente defendían. Lo hacen con el mayor cinismo y naturalidad, unos desde sus descafeinadas siglas, otros buscando el acomodo que les permita subsistir sin excesivo sonrojo, siempre tratando de ocultar su decrepitud política.
Durante estas tres décadas se han escrito y debatido decenas de ponencias sobre el ejercicio del derecho de autodeterminación desde diferentes ópticas y no sólo en partidos políticos y sindicatos. También en el seno de la Iglesia católica -no sólo la vasca- y, cómo no, en el mundo empresarial, el universitario e incluso en las Fuerzas Armadas españolas.
Aquello de «cualquier proyecto político puede defenderse en igualdad de condiciones por vías democráticas» era el banderín de enganche del discurso político oficialista que trataba de ocultar la verdad. Además añadían: «para defender un proyecto político que busca el ejercicio del derecho de autodeterminación, no es necesaria la violencia política, es más, de hecho lo está evitando». Así, quienes hoy se dicen demócratas, nos animaban a posicionarnos públicamente frente a ETA, calificando su lucha armada como innecesaria y contraproducente.
Unos con más canas y otros con menos pelo, nos encontramos treinta años después ante una situación que presenta importantes «novedades». Esas «novedades» son de una magnitud tal que analizarlas requeriría tiempo y espacio más amplios. Pero sirvan como avance estos apuntes.
Quizá debido a la inercia que nos conduce a aceptar como lógico, natural y cierto todo aquello que por principio debiera ser analizado, medido y cuestionado, nos encontramos ante una sociedad vasca mediatizada, acostumbrada a dar por bueno casi todo lo que no le perjudica directa o personalmente.
Los estereotipos, las formulaciones y calificativos se aceptan sin mirar de dónde vienen, para qué se utilizan y a quién benefician. Así, si hace treinta años nos ofrecían un camino para defender nuestras ideas y proyectos democráticamente, hoy no es posible. Nuestros proyectos e ideas no son democráticos, nuestra formación política es ilegal y somos -también nosotros- quienes estamos llenando las cárceles españolas. Y así es aceptado.
¿Qué a cambiado en estos treinta años? ¿Dónde están los valores democráticos que regulan el sistema de convivencia política y social? Acaso será que el sistema llamado democrático, impuesto, tiene periodo de caducidad. Será eso.
Antes sobraba ETA, ahora sobra el proyecto, sobran las ideas y sobramos nosotros. ¿A quién beneficia esta monstruosidad política? ¿Quiénes se muestran como inmaculadas víctimas, situándose entre dos fuerzas que defienden proyectos antagónicos? ¿Qué es lo que defienden desde su cómoda equidistancia? ¿Qué es lo que aportan al presente y futuro de su pueblo? ¿Qué, que no sea su consolidación en el sistema, persiguen PNV, NaBai e IU?
Es cierto que son preguntas con profundidad, pero pueden responderse con claridad. Podemos empezar por recordar la gravedad irresponsable de unos dirigentes políticos que, tanto veteranos como neófitos, años después «sólo» pretenden lo mismo que entonces: gestionar el poder que a cambio de su fraude ofrece Madrid.
La incorporación en la pasada campaña electoral -seguro que puramente casual- de nuevos pero conocidos cerebros, aportando sus cualificadas y veteranas reflexiones sobre la violencia política, también casualmente coincidentes con quienes «desde la izquierda» pretenden inyectar un carácter progresista al Gobierno de Navarra sentándose en alguno de sus sillones, son un ejemplo más.
Y es que la democracia es extremadamente «barata» para algunos y enormemente cara e inaccesible para otros. De donde se puede afirmar que cada día está más claro que los Gobiernos españoles y la democracia no son compatibles.
Unos y otros engañaron y engañan a un pueblo, al suyo, con mensajes fraudulentos, sabedores de que un Estatuto de Autonomía jamás puede sobrepasar el techo constitucional. «Estatutoarekin Nafarroa Euskadin» dijeron una y otra vez, cuando la realidad fue que el Amejoramiento del Fuero fue y es un ariete contra la unidad política, lingüística y territorial del sur de Euskal Herria.
El actual Estatuto vascongado no es algo que se presentó como contrapartida a seguir vinculado al Estado como se pretende hacer entender, sino que se trata de un Estatuto «concedido» por el Estado español al ámbito vascongado con la intención de frenar las reivindicaciones de autodeterminación de una mayoría vasca. Además conviene recordar que fue impuesto a un amplio y significativo sector de la población vasca -fue refrendado por un escaso 32% del censo electoral-, marginando a los «hermanos navarros».
Hoy se lamentan del comportamiento del Gobierno español, pero apoyan sus presupuestos. Quienes negociaron el Estatuto conocían que la Constitución española, en su art. 150.3º, faculta al Estado a «dictar leyes de armonización de las autonomías», leyes que pueden afectar y afectan -¡vaya si afectan!- a materias de competencia autonómica.
Si algo se puede constatar hoy respecto al Estatuto y al Amejoramiento, tras un largo cuarto de siglo, es su carácter de provisionalidad. Valga como ejemplo aquel abrazo entre el presidente español Adolfo Suárez y el navarro Carlos Garaikoetxea, sellando un texto que ha sido diagnosticado como muerto por los mismos que lo firmaron.
No es admisible ofrecer hoy como única vía posible otros treinta años de provisionalidad. No es la primera vez que eligen el camino equivocado. Sépanlo, el conjunto de la izquierda abertzale no va a permitir un nuevo fraude. Se debe negociar un proyecto de mínimos al que se vincule la mayoría nacionalista; izquierda, derecha y centro, y al que puedan sumarse las fuerzas españolas capaces de ver en el proyecto objetivos federales.
Este es el camino y no hay otro.
Nadie con capacidad y espíritu crítico debiera dar validez al mensaje que vehiculiza el fraude. Aquello de «este no es el momento», «hoy no hay otra opción realista, por aquí seguiremos prosperando», «ahora no podemos, ya volveremos a retomar el camino», «esto supone otro paso que nos acerca al objetivo final», «nunca renunciaremos a la independencia» etcétera, etcétera es falso. Los que hoy renuncian, ya lo hicieron hace treinta años. Y el que renuncia no puede volver porque su renuncia lo convierte en cínico.
Para poder ellos continuar gestionando el poder que como contrapartida a su renovado fraude les ofrecen desde Madrid, pretenden que su pueblo, Euskal Herria, continúe viviendo y existiendo «provisionalmente». Y eso no lo vamos a aceptar nunca.