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Raimundo Fitero

Clamores

En corto. La vida sucede en corto. Y si fuese un taurino o un flamenco, añadiría: y por derecho. Así debería ser. Pero la vida, aunque sea en corto, puede hacerse muy larga si el dolor se convierte en un compañero ineludible. Ahora estamos, una vez más, de recuento. Contamos por paraguas o chubasqueros de colorines. Pasamos por puentes, ocupamos vaguadas, excepto los listos que se cubren con carpa municipal. En corto. Por corto. Aunque con algunas ideas convertidas en clamores populares, que no deberían encoger bajo la tormenta, ni siquiera secándose al sol aunque se quieren acortar o recortar para vender una situación tan conocida que solamente despierta cosquilleos inguinales.

No obstante, la imagen más rotunda de estos días la proporcionó el arzobispo emérito de Iruñea, Fernando Sebastián, en su actuación clamorosa en Valladolid, donde se ha marcado una larga cambiada para dejar claro que tiene el pensamiento absolutamente ocupado por los ácaros de la contaminación retrógrada. Todo ese discurso sobre el sufrimiento de Jesús para mostrar su posición contra la eutanasia es un exabrupto, que debería despertar los clamores de la población para rogar que alguien le haga sufrir un poco, por si acaso al ver de cerca el dolor empieza a entender que desde el púlpito lo que debe dar es doctrina o muestras de conmiseración, en todo caso cristianas.

Pero es que escuchando con detenimiento sus palabras le entran a uno ganas de... Obviamente, no le dieron cuidados paliativos a Cristo, como no se los dan a los torturados en cuartelillos y comisarías, ni los reciben quienes ven caer del cielo las bombas bendecidas que los matan en cualquier parte del globo, ni siquiera los que en estos días han agonizado en las cunetas tras un accidente de automóvil. No, los cuidados paliativos, y la eutanasia, que son dos cosas bastante diferentes, son un acto de bondad, una aplicación de los recursos químicos para que no sufran innecesariamente algunas personas. Lo suyo señor Sebastián, es pura demagogia, una muestra de inmisericordia que le delata, aunque tenga ya suficientes antecedentes en declaraciones incendiarias como para no sorprender a nadie.

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