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Helen Groome Geógrafa

Autoinmolarse

La trabajadora se preguntó desde cuándo se procura responsabilizar a una trabajadora por las deficiencias de las personas que la emplean y de una forma tan burda

Erase una vez una trabajadora que había sido contratada para realizar unas labores cuya orientación y finalidad habían sido fijadas por unas directrices marcadas en ponencias escritas y aprobadas por el mismo grupo de personas que la contrató.

Mes tras mes la trabajadora realizaba sus labores según aquellas directrices y, ante una aparente renuencia de la mayor parte de las personas que la contrataron a implicarse en su trabajo desde el punto de vista de su ejecución y evaluación, y también para organizarse lo mejor posible para realizar las labores que le fueron encomendadas, cada mes la trabajadora resumía las actividades realizadas y una propuesta de futuras labores en un documento que enviaba puntualmente a sus responsables dentro del grupo de personas que la habían contratado. La mayoría de las veces recibía como respuesta de la mayoría de dichas personas el silencio.

Era ciertamente un alivio cuando, de vez en vez, sus responsables le indicaban que el trabajo era acertado y que siguiera en esa línea. Menos mal, pensó, que a veces se interesan por el trabajo que ellos mismos están pagando.

Qué sorpresa para la trabajadora encontrarse entonces, tras decenas de meses de trabajo, ante un grupo de las personas que la habían contratado en algo que parecía un juicio sumarísimo, en el cual una de dichas personas le indicó que la trabajadora tenía que haber reflexionado sobre la falta de interés e implicación en su trabajo por parte de las personas que la habían contratado, que la trabajadora tenía que haber llegado a la conclusión de que su trabajo no era bien recibido (a pesar de cumplir las directrices por ellas mismas redactadas y aprobadas) y, por tanto, que la trabajadora simplemente tenía que haberse marchado, haber dejado el trabajo, haberse esfumado.

Perpleja, la trabajadora se preguntó desde cuándo se procura responsabilizar a una trabajadora por las deficiencias de las personas que la emplean y de una forma tan burda.

La trabajadora no se había percatado de que algunas de las personas para quienes trabajaba pertenecían a la derecha rancia, aunque seguían profesando ser personas progresistas. Nunca había oído hablar de que el colectivo de personas que la empleaba fuese integrante de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales, pero todo indicaba que estaba en trámites para entrar. La trabajadora entendía que si no cumplía con su contrato o si las personas que la habían contratado querían prescindir de ella, tendrían que despedirla de manera procedente o improcedente. No sabía la trabajadora que tuviera que dejar sin más su puesto de trabajo en un acto de extrema abnegación. Que tuviera que autoinmolarse.

Qué raro, pensó la trabajadora, que el colectivo de personas que la contrató mantuviera tantas posiciones tan públicas a favor de la dignidad y derechos de la clase trabajadora -firmar el acuerdo para las 35 horas semanales, participar en actos como el 1 de Mayo- y que, sin embargo, actuase en privado como patronal de extrema derecha.

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