El nuevo horario de verano no sólo no va a conseguir más ahorro de energía, sino que puede que aumente su gasto.

Independientemente de que 1.600 millones de personas de 70 países -un cuarto de la Humanidad, pues no se lleva a cabo ni en Asia ni en Africa, tampoco en Japón- sufren esta política del cambio horario, sólo unos pocos estudios han investigado su verdadero impacto. Además, este cambio regular en el sistema horario puede tener efectos colaterales en la fisiología humana.

Es cierto que debido a las emisiones de gases de efecto invernadero y los altos precios del petróleo sería interesante promover nuevas políticas para economizar la energía. Así, se acaba de aplicar un nuevo establecimiento del horario de verano, pero pienso, y algunos estudios lo avalan, que esta política es muy discutible. Se deberían tener en cuenta distintos factores implicados, como la electricidad consumida por cortos tramos horarios -en el ámbito doméstico, urbano, industrial, etc.-, el tiempo atmosférico, comparación entre estados con muy diferente ubicación geográfica, etc.

No menos cierto es que el cambio horario no sólo no produce un relativo ahorro de energía, sino que se dan unos picos extra en la demanda de corriente a primeras horas de la mañana, que apenas se compensa con un menor derroche a última hora de la tarde. También debería considerarse el consumo de gasolina, porque su uso aumenta alrededor de 1% en la franja horaria vespertina «de verano».

De todos modos, en los tiempos actuales el gasto de electricidad no proviene sólo del alumbrado, también se deriva del uso de multitud de aparatos electrónicos que nos rodean. Los pocos estudios sobre el verdadero ahorro de energía que se consigue con el cambio de hora concluyen que dicho ahorro es como mínimo discutible.

Para terminar, ¿por qué el horario de invierno dura cinco meses y el de verano siete?