Igor Urrutikoetxea, Alex Azpiri y Lontzi Amado Vascos asistentes al Newroz
«Newroz piroz be!»
Los medios de comunicación kurdos son continuamente sancionados y se les impide editar con normalidad. La ilegalización de partidos políticos kurdos ha sido una constante en la historia reciente del Estado turco
Newroz piroz be!», «¡Celebraremos el Newroz!». Esta frase era omnipresente hace días en todos los lugares del Kurdistán bajo administración, y fundamentalmente bajo ocupación, turca. Y es que la fiesta de la Nueva luz o del Año nuevo constituye para el pueblo kurdo mucho más que la celebración del comienzo de la primavera y, por tanto, el inicio de un año nuevo para la madre Naturaleza. Si nos remitimos a la leyenda, supone la celebración también de la victoria de un humilde herrero llamado Kawe contra el cruel rey Zahak, que diariamente asesinaba a dos jóvenes. En realidad, la mentada leyenda tiene su origen en otra victoria, mucho más real y terrenal, la victoria del pueblo medo (antepasado del pueblo kurdo) contra la tiranía del reino asirio y, por extensión, simboliza la futura liberación de los kurdos de las tiranías que hoy día les oprimen.
Durante las dos semanas que hemos estado por el norte del Kurdistán, dentro de las fronteras del Estado de Turquía, hemos podido comprobar la belleza de sus montañas, entre las que destaca el monte Ararat con sus 5.137 metros, la fertilidad de ríos como el Tigris y, sobre todo, merece mención especial la hospitalidad de sus gentes. Gentes que no dudan en invitar a un chay (té) al extranjero nada más verlo, como símbolo de hospitalidad y fraternidad. Tras este gesto nos explicarán entre susurros que ellos no son turcos, sino kurdos, y terminarán pidiéndonos que contemos en nuestra tierra qué hemos visto, cuál es la dura realidad de su pueblo. No es casualidad que el lema del Newroz de este año haya sido «¡basta ya!».
Esos días pudimos comprobar de primera mano la crudeza de la situación política en el «Kurdistán turco», donde un compañero alemán casi fue detenido por la policía acusado de haber utilizado la palabra «Kurdistán» en un café, o donde quienes fuimos desde Euskal Herria fuimos identificados, filmados y fotografiados por acudir con la ikurriña a la fiesta del Newroz, en las afueras de Diyarbakir. Estos hechos pueden resultar gráficos, pero no dejan de ser anecdóticos dentro del auténtico estado de excepción encubierto en el que viven a diario las gentes del Kurdistán, que no pueden utilizar su bandera, ni el nombre de su pueblo en público. No pueden manifestar reivindicaciones políticas totalmente legítimas ni siquiera hacer el signo de la victoria con los dedos, ya que podrían ser acusados de «apología del terrorismo». Hasta llevar pañuelos que combinen los colores de la bandera kurda está prohibido.
La lengua kurda está totalmente proscrita de la vida pública y de la enseñanza. Los medios de comunicación kurdos, como «Azadaya Wellat» o «Gundem» son continuamente sancionados y se les impide editar con normalidad y continuidad. La ilegalización de partidos políticos kurdos ha sido una constante en la historia reciente del Estado turco, política copiada después por el Estado español.
La ocupación militar turca es apabullante, con continuos check points (controles) y alrededor de 300.000 militares y policías diseminados en territorio kurdo. La mayoría de los más de 3.000 pueblos kurdos que fueron destruidos y arrasados por los militares turcos en la década de los 90 porque los hombres de esas aldeas no quisieron pasar a ser paramilitares (mal llamados «Protectores de las villas») no han sido reconstruidos, y aquellos pueblos a los que han vuelto a vivir sus habitantes originarios están sometidos a una presencia militar asfixiante, como es el caso de Lice, donde sus 4.000 habitantes viven rodeados por 9.000 militares turcos día y noche.
El proyecto GAP, en virtud del cual quieren construir entre Batman y Midyat una presa gigante que inundaría cerca de 40 pueblos, es una apuesta estratégica del Gobierno turco, tal y como nos hicieron saber en la manifestación que se celebró en el pueblecito de Hassankeyf, uno de los enclaves afectados.
Aproximadamente 9.000 son las y los presos políticos kurdos en cárceles turcas, la gran mayoría sin haber sido jamás miembros de la guerrilla, sometidos a unas condiciones de vida inhumanas y degradantes. Recientemente aparecieron despedazados los cuerpos de diez guerrilleros kurdos con signos evidentes de torturas. La represión no conoce descanso en el Kurdistán: la fiesta del Newroz fue prohibida en la mayoría de las localidades y hubo graves incidentes en Siirt, Urfa, Hakkarii, Van y Yusekova. En estos dos últimos pueblos la policía mató a dos personas. En total hubo más de 500 detenidos, entre ellos la delegación italiana que se hallaba en Van. Esto ha supuesto que las escasas esperanzas que la población kurda tenía puestas en los cambios prometidos por el AKP, partido gobernante en Turquía, hayan caído definitivamente en saco roto.
La lista de prohibiciones, vulneraciones y recorte de libertades sería interminable; mas, a pesar de esta durísima situación, el pueblo kurdo, al igual que todos los pueblos oprimidos del mundo, tiene en el canto y la fiesta la mejor forma de expresarse. Fuimos testigos de ello en la explanada de las afueras de Diyarbakir, donde el 21 de marzo un millón de kurdos y kurdas se reunieron durante todo el día para celebrar su Newroz, su Aberri Eguna, y pedir que se respete la palabra y decisión del pueblo kurdo. Comentamos a nuestros compañeros kurdos que ese mismo fin de semana en Euskal Herria las y los vascos celebrábamos nuestro particular Newroz, reivindicando también nuestro derecho a decidir. En definitiva, dos pueblos, cada uno con sus particularidades, miles de kilómetros de distancia y una misma y justa lucha.