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A la búsqueda de la imaginación perdida

El cine contemporáneo adolece de falta de imaginación y ésa es, precisamente, la causa de su grave crisis. De hecho, la actitud del establishment cinematográfico al respecto se asemeja a la de aquella generación que tenía por bandera «la imaginación al poder». Finalmente, se hicieron con el poder y olvidaron la imaginación.

Iñaki LAZKANO Periodista y profesor de Ciencias Sociales y de la Comunicación

Cuando abordó el rodaje de «Otto e Mezzo» (1963), su obra maestra, Federico Fellini hizo suya la frase de Albert Einstein: «En los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento». Marcello Mastroianni, alter ego de Fellini, interpretaba en la citada película a un prestigioso cineasta sumido en una profunda crisis creativa. Padecía, sin duda, la misma angustia que sentía el realizador italiano tras el éxito de «La dolce vita» (1960): el pánico al fracaso que atenaza la inspiración del artista acosado por las altas expectativas impuestas. Fellini, lejos de caer en la desesperanza, transformó esa crisis artística en una joya cinematográfica de muchos quilates de imaginación; una película ribeteada de bellas imágenes oníricas y nostálgicos recuerdos.

El cine contemporáneo adolece de falta de imaginación y ésa es, precisamente, la causa de su grave crisis. De hecho, la actitud del establishment cinematográfico al respecto se asemeja a la de aquella generación que tenía por bandera «la imaginación al poder». Finalmente, se hicieron con el poder y olvidaron la imaginación. El panorama es, ciertamente, desolador.

El cine mainstream produce películas sin alma y reproduce patrones ya oxidados por el tiempo. En lugar de buscar soluciones originales y apelar a la imaginación, «la fábrica de los sueños» ha optado por el plagio incentivado de filmes asiáticos. Sólo en este último mes se han estrenado en nuestras salas «The Eye», «Llamada perdida» y «Retratos del más allá»; copias occidentales ínfimas destinadas a perecer en el olvido.

Lamentablemente, la tentación clónica no se circunscribe únicamente al género de terror. Abarca otros territorios y enfanga también el cine de autor. El año pasado Martin Scorsese recibió el Óscar por «Infiltrados» (2006); un mediocre remake de «Infernal Affairs» (2002), obra cumbre de Alan Mak y Andrew Lau. Scorsese, no conforme con copiar las mejores escenas de la película china, suavizó su oscuro y amoral final. Es el ejemplo más ilustrativo del drama de una estirpe de cineastas independientes fagocitados por el espíritu voraz de la industria. Las nuevas promesas del cine contemporáneo tienen un gran reto ante sí, ya que deberán recuperar la imaginación perdida si pretenden que el corazón de «la fábrica de sueños» palpite con sentimiento otra vez.

 
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