Todas las películas sobre la invasión de Irak, al igual que aquellas otras que denuncian la política de persecución al mundo islámico por parte de las autoridades norteamericanas, han sido un fracaso de taquilla en los Estados Unidos. Debe ser que es un tema al que los yanquis le tienen miedo o simplemente no les interesa, porque sólo les preocupa su seguridad y la de los demás les trae sin cuidado. Pero dentro de la comunidad de Hollywood está el sector más crítico con la política oficial, así que, contra viento y marea, no cesan los proyectos en los que la administración Bush sale mal parada.

«Expediente Anwar» no ha recuperado el dinero que costó y eso que no es un alegato precisamente duro. La película se conforma con no traspasar el nivel de información ya existente, aunque es honesta a la hora de señalar responsabilidades y recordar que la aplicación de la extraordinary rendition comenzó bajo el mandato de Clinton. Fue una norma extrajudicial, diseñada para llevar a cabo detenciones y traslados ilegales, que han acabado comprometiendo a terceros países por el asunto de las cárceles y los vuelos clandestinos. En el antiterrorismo todo le está permitido a la nación autoerigida en guardián de Occidente.

«Expediente Anwar» presenta un caso inspirado en el personaje real de Khalid El-Masri, ya que al protagonista, un ingeniero químico de origen egipcio en viaje profesional, se le detiene simplemente porque su nombre suena parecido al de uno de los islamistas radicales más buscados. Es trasladado en secreto a un penal norteafricano, donde se le somete a todo tipo de torturas, mientras su mujer trata de encontrarlo en vano, apelando a la nacionalidad norteamericana del desaparecido.