ANÁLISIS En la era post-petrolera
Movilizándonos para rescatar nuestro sistema alimentario
El profesor e investigador Altieri reflexiona sobre las presiones a la agricultura, que han desencadenado una crisis sin precedentes del sistema alimentario. Aboga por actuar antes de que el hambre y la inseguridad alimentaria alcancen proporciones irremediables.
Miguel A. ALTIERI Universidad de California y Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA)
Lagricultura mundial está en una encrucijada. La economía global impone demandas conflictivas sobre las 1.500 millones de hectáreas cultivadas. No sólo se le pide a la tierra que produzca suficientes alimentos para una población creciente, sino también biocombustibles y que lo haga de una manera que sea ambientalmente sana, preservando la biodiversidad y disminuyendo la emisión de gases de efecto invernadero, mientras aun representa una actividad viable para todos los agricultores.
Estas presiones están desencadenando una crisis del sistema alimentario global sin precedentes, que ya se empieza a manifestar en protestas por escasez de alimentos en muchos países de Asia y África. De hecho, hay 33 países al filo de la inestabilidad social por la carencia y precio de los alimentos. Esta crisis es el resultado directo del modelo industrial de agricultura, que no sólo es peligrosamente dependiente de hidrocarburos sino que se ha trans- formado en la mayor fuerza antrópica modificante de la biosfera. Las crecientes presiones sobre el area agrícola en dismi- nución están socavando la capacidad de la naturaleza para suplir las demandas de alimentos, fibras y energía. (...)
Antes del fin de la primera década del siglo XXI, la humanidad está tomando consciencia rápidamente de que el modelo industrial capitalista de agricultura dependiente de petróleo ya no funciona para suplir los alimentos necesarios. Los precios inflacionarios del petróleo inevitablemente incrementan los costos de producción y los precios de los alimentos han escalado a tal punto que un dólar hoy compra un 30% menos alimentos que hace un año. Una persona en Nigeria gasta un 73% de sus ingresos en alimentos, en Vietnam el 65% y en Indonesia el 50%. Esta situación se agudiza rápidamente en la medida que la tierra agrícola se destina para biocombustibles y en la medida que el cambio climático disminuye los rendimientos vía sequías o inundaciones. Expandir tierras agrícolas a biocombustibles o cultivos transgénicos que ya alcanzan mas de 120 millones de hectáreas, exacerbará los impactos ecológicos de monocultivos que continuamente degradan los servicios de la naturaleza. Además, la agricultura industrial contribuye hoy con más de un tercio de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, en especial metano y óxidos nitrosos. Continuar con este sistema degradante, como lo promueve un sistema económico neoliberal, ecológicamente deshonesto al no reflejar las externalidades ambientales no es una opción viable.
El desafío inmediato para nuestra generación es transformar la agricultura industrial e iniciar una transición de los sistemas alimentarios para que no dependan del petróleo.
Necesitamos un paradigma alternativo de desarrollo agrícola, uno que propicie formas de agricultura ecológica, sustentable y socialmente justa. Rediseñar el sistema alimentario hacia formas mas equitativas y viables para agricultores y consumidores requerirá cambios radicales en las fuerzas políticas y económicas que determinen qué se produce, cómo, dónde y para quién. El libre comercio sin control social es el principal mecanismo que está desplazando a los agricultores de sus tierras y es el principal obstáculo para lograr desarrollo y una seguridad alimentaria local. Sólo desafiando el control que las empresas multinacionales ejercen sobre el sistema alimentario y el modelo agroexportador que auspician los gobiernos neoliberales, se podrá detener el espiral de pobreza, hambre, migración rural y degradación ambiental.
El concepto de soberanía alimentaria, como lo promueve el movimiento mundial de pequeños agricultores, Vía Campesina, constituye la única alternativa viable al sistema alimenta- rio en colapso, que sencillamente falló en su cálculo que el comercio libre internacional sería clave para solucionar el problema alimentario mundial. Por el contrario, la soberanía alimentaria enfatiza circuitos locales de producción-consumo, y acciones organizadas para lograr acceso a tierra, agua, agrobiodiversidad, etc., recursos claves que las comunidades rurales deben controlar para poder producir alimentos con métodos agroecológicos. No hay duda de que una alianza entre agricultores y consumidores es de importancia estratégica.
Al mismo tiempo que los consumidores deben bajarse en la cadena alimentaria al consumir menos proteína animal, deben tomar conciencia de que su calidad de vida está íntimamente asociada al tipo de agricultura que se practica en los cordones verdes que circundan a pueblos y ciudades, no solo por el tipo y calidad de cultivos que ahí se producen, sino por los servicios ambientales que esta agricultura multifuncional genere.
Pero la multifuncionalidad sólo emerge cuando los paisajes están dominados por cientos de fincas pequeñas y biodiversas, que, como los estudios demuestran, pueden producir entre dos y diez veces más por unidad de área que las fincas de gran escala. En EEUU los agricultores sostenibles, en su mayoría agricultores pequeños y medianos, generan una producción total mayor que los monocultivos extensivos, y lo hacen reduciendo la erosión y conservando más biodiversidad. Las comunidades rodeadas de fincas pequeñas, exhiben menos problemas sociales (alcoholismo, drogadicción, violencia familiar, etc.) y economías más saludables que comunidades rodeadas de fincas grandes y mecanizadas.
(...)Debiera ser obvio, entonces, para los consumidores urbanos que comer constituye a la vez un acto ecológico y político, pues al comprar alimentos en mercados locales o ferias de agricultores, se está votando por un modelo de agricultura adecuada para la era post-petrolera, mientras que, al comprar en las cadenas grandes de supermercados, se perpetúa el modelo agrícola no sustentable.
La escala y urgencia del desafío que la humanidad enfrenta no tiene precedentes y lo que se necesita hacer es ambiental, social y políticamente posible. Erradicar la pobreza y el hambre mundial precisa una inversión anual de aproximadamente cincuenta billones de dólares, una fracción al comparar- se con el presupuesto militar mundial que alcanza mas de un trillón de dólares por año. La velocidad con que se debe implementar este cambio es muy rápida, pero lo que está en duda es si acaso existe la voluntad política para transformar el sistema alimentario, antes que el hambre y la inseguridad alimentaria alcancen proporciones planetarias e irreversibles.