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Martin Garitano Periodista

Ahora nos comparan con el Tíbet

La fotografía de Ibarretxe, ataviado con una suerte de estola tibetana, derretido en sonrisa beatífica frente a un tal Thubtem Wangchen, líder espiritual de los tibetanos de Barcelona, no ha sorprendido a nadie, acostumbrados como estamos a la aparición de personajes estrafalarios en la escena de la política internacional de Ajuria Enea. Las declaraciones que acompañaban a la visita, sí. Y es que a Ibarretxe, después de una sesión de relajación, meditación y ejercicio de buenas voluntades no se le ha ocurrido otra cosa que proclamar que respeta a España como el Dalai Lama respeta a China.

Puesto a buscar comparaciones, el lehendakari podía intentar no caer en la simpleza ni en la manifestación de la ignorancia histórica. Porque aunque se aburra -y nos aburra- recitando mantras y hablando del repudio a la violencia de los lamas tibetanos, la historia está ahí y al repasarla nos encontramos con durísimos episodios de resistencia armada de los levantiscos religiosos de la túnica azafrán y el mosquetón cargado con plomo. Más aún, y sin entrar en las pésimas relaciones entre chinos y tibetanos y entre lamas y ciudadanos del Tíbet (que es harina de otro costal lo de la teocracia medieval que ahora tantos aplauden), sostener el discurso de la soberanía sobre el pilar fundamental del respeto a quien te la niega no pasa de ser un ejercicio de vasallaje imperdonable para quien dice liderar a un pueblo que ve como se le niega el pan y la sal del derecho a decidir sobre su propio presente y futuro.

Iniciar un proceso de diálogo, negociación o como quiera llamarse a la búsqueda de un arreglo, a partir de una premisa tan endeble como el respeto al contrario es, de partida, mostrar la inequívoca voluntad de aceptar lo que aquel imponga. Y así no vamos a ninguna parte. Lo diga Ibarretxe, el Dalai Lama o el pequeño saltamontes. No se trata de respetar a esa España que nos niega, sino de plantarse frente a ella, demandar lo que es nuestro, exigir que todos los proyectos políticos sustentados sobre la voluntad popular puedan ser puestos en práctica y punto. Lo de los respetos, las sonrisas beatíficas y las declaraciones de amor, para el santuario. Un poco de seriedad es lo que hace falta.

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