«Creo que, más dramático que ser pobre, es no poder salir de la pobreza»
Guionista y codirector de «el baño del papa»
Cuando escribió «El baño del Papa», a Enrique Fernández ni se le pasó por la cabeza que terminaría recibiendo premios en todos los festivales en los que se ha proyectado. Era un proyecto para el mercado interior, una historia que este cineasta uruguayo, profesor de Guión en la Universidad de su país, había recreado a partir de los hechos vividos por gente corriente, como la de su localidad natal.
Amaia EREÑAGA | DONOSTIA
A Beto, el contrabandista de poca monta y pobre de solemnidad protagonista de «El baño del Papa», la vida no es que le sonría, aunque él no desfallece: «Yo uso esta» es su frase preferida, señalándose la cabeza. Al igual que sus compatriotas de Melo, una pequeña localidad uruguaya ubicada en la frontera con Brasil, sobrevive pasando de estraperlo en la parrilla de su bicicleta todo tipo de mercancías imaginables, si es que los militares, el tiempo o el designio divino no lo impiden. La visita del Papa Juan Pablo II a este rincón perdido del mapa parece que, de repente, va a hacer que cambie su suerte. Hablan de hasta 50.000 peregrinos, que llegarán de Brasil y tendrán que comer, beber... y hacer sus necesidades. Mientras sus vecinos fríen montañas de longanizas, Beto decide construir un retrete, aunque tenga que traer la taza del váter desde Brasil en bicicleta.
Este es el punto de partida de «El baño del Papa», una conmovedora comedia sobre la dignidad, la solidaridad y la lucha por vivir que lleva una larga carrera de premios, entre ellos el de Horizontes Latinos en el Festival de Donostia, y ha sido codirigida por dos uruguayos, César Charlone -director de fotografía residente en Brasil, colaborador de Fernando Meilleres y con un Óscar en su poder por «Ciudad de Dios»- y el guionista Enrique Fernández. Este último, «padre» de la historia, anda de promoción de la película con la que ambos cineastas se han estrenado en la dirección. Lo más sorprendente de «El baño del Papa» es que la raíz de la historia, la visita papal a Melo, sucedió realmente, en 1988. «Yo soy de Melo, donde viví hasta los 19 años. Mi padre escribía letras para una murga y por mi casa pasaba gente muy humilde, pero muy pintoresca. Entonces, yo creo que los registré muy bien. Fui a Melo en el 98, por otras razones, y cuando estaba cenando en una parrillada, escuché que en la mesa de al lado estaban contando unas anécdotas que a mí me resultaron desopilantes. La dueña del local me explicó que el Papa había estado allí y que había ocurrido lo que había ocurrido». ¿Qué ocurrió? Que la visita papal arruinó a aquella pobre gente ingenua; porque, de tantos peregrinos, nada y perdieron todo lo invertido.
Qué malo es ser pobre. «Creo que más dramático que ser pobre es no poder salir de la pobreza -puntualiza Enrique Fernández-, porque si fuera un estadio en el que uno, haciendo o planificando equis cantidad de cosas, sabe que va a dejar de ser pobre, sería menos dramático. Pero no es así». Solidaridad, dignidad -«hay gente en Melo que, seis años después, seguía pagando sus deudas. Podían haber dejado de hacerlo, pero no»- y humor, mucho humor, porque ser pobre no significa ser un triste. El filme se desarrolla en una época concreta de Uruguay, aunque podría ser cualquier otro lugar del denominado tercer mundo... o del primero. «Vengo del estreno en Francia, donde se están dando situaciones de miseria que están haciendo comprender mucho más cabalmente lo que significa vivir en Latinoamérica. Franceses que ganan un sueldo, pero tienen que vivir dentro del coche porque no puede pagar el alquiler...». Respecto a Uruguay, apunta que «es recién ahora que se intenta que la gente humilde tenga una mejor calidad de vida», aunque hay problemas estructurales que se remontan al pasado reciente, a aquella Suiza de América, como se la conocía, con una dictadura larga y unas democracias posteriores «que siguieron representando los mismos intereses de siempre».
Este cineasta convencido de que «el hecho de que las películas tengan un anclaje en un hecho real es un plus, porque hace que el público relacione lo que está sucediendo en la pantalla con algo que le afecta», se encontró con que buscaba un director de fotografía de prestigio y éste terminó interesándose por el proyecto hasta el extremo de que terminó de codirigiéndolo. Creía que sólo se vería en el mercado interior y, tras triunfar allá -«tuvimos 80.000 espectadores, que para Uruguay es una muy buena cifra. Pero, sobre todo, se transformó en el tema de conversación en todos lados»-, ha pasado por los mejores festivales del mundo.
«Soy de los que piensan que al cine se va a emocionar y después, el análisis lo hace uno cuando llega a casa. Creo que lo que está sucediendo en el cine actual es una contención de los sentimientos, algo en lo que no participo. Es necesario y saludable expresarlos». Ahora Enrique Fernández anda embarcado en dos proyectos: una historia sobre un uruguayo exiliado durante la dictadura que, cuando regresa, se encuentra con que su novia es uno de los desaparecidos, y otro sobre la espectacular fuga de 111 presos políticos de la cárcel de Montevideo en 1971.
Impresiona la dureza del trabajo de los contrabandistas, los bicicleteros o kileros, como se les llamaba allí, que hacían los 60 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta a la frontera de Brasil, por el monte, y con cargas de hasta cien kilos de contrabando.
Era algo muy particular, porque era el único lugar de Uruguay donde se hacía contrabando en bicicleta. En otros sitios se hacía a pie, cuando estaba muy cerca la frontera, o si estaba lejos, en un vehículo. Pero Melo era la única ciudad que permitía un contrabando que originalmente se hacía a caballo. El caballo pasó a ser un objeto de lujo, porque era carísimo comprarlo y mantenerlo, pero, aunque no se podían permitir un caballo, sí una bicicleta. Filmamos parte de la película en Brasil y cuando entramos en el país, me encontré con una placa muy grande de bronce que dice: «Este es el camino de los kileros, inmortalizados por el cantautor Jorge Cafrune». El camino de los kileros era como una institución en esta zona.
Es una práctica que desapareció cuando la moneda de Brasil dejó de ser más barata que la de Uruguay, pero, en su época, fue una actividad muy extendida.
En el momento de auge de los bicicleteros, que así los llamaban, había 500. Una década antes de hacer la película, salí a rodar con una super 8 en la frontera a un bicicletero y me impactó muchísimo. Por eso creo que desemboqué naturalmente en la historia poniendo a uno de ellos como protagonista. Había que salir y llegar, y evitar a los militares, y no siempre era fácil, porque los militares, que tenían caballos, muchas veces sabían por dónde pasaban los bicicleteros y los decomisaban.
Encima, ¡el protagonista tiene una lesión de menisco!
Como dice él, tiene un problema en los meninges (risas).
¿Y ahora, de qué viven en la zona?.
Sobreviven, hacen trabajos ocasionales.A.E.
Título: «El baño del Papa».
Dirección: Enrique Fernández y César Charlone.
Guión: Enrique Fernández
Producción: Elena Roux, Andrea Barata Riberiro, Bel Berlinck, Fernando Meirelles, Serge Catoire.
Fotografía: César Charlone.
Música: Luciano Supervielle y Gabriel Casacuberta.
Intérpretes: César Troncoso, Virginia Méndez, Virginia Ruiz, Mario Silva, Henry de León
País: Uruguay, 20075
Duración: 97 minutos.
Género: Comedia costumbrista.