GARA > Idatzia > Gaurkoa

Amparo Lasheras Periodista

Las películas, películas son

Amparo Lasheras tritura literalmente el símil utilizado por Josu Jon Imaz en el que éste pretendía comparar al Ku Klux Klan con la izquierda abertzale. Lasheras demuestra que, a pesar de la ambientación hollywoodense, ese argumento «no sirve ni para una película de serie B».

Dicen que contar una verdad a medias es lo más parecido a una mentira. En realidad responde a un juego dialéctico que tiene mucho que ver con la manipulación política y social. Del todo se coge una parte y con ella se establece la teoría o el mensaje que más beneficia a los intereses propios. Esta argucia para el discurso fácil se puede encontrar, por ejemplo, en muchos de los argumentos que, hoy, se esgrimen para dar sentido a esa cadena de mociones «éticas» que PNV y PSE intentan imponer en los ayuntamientos gobernados por ANV. Pero no son las mociones el asunto que hoy me trae a estas líneas. La historia que quiero contar tiene que ver con las formas manipuladoras del que fue presidente del PNV. Me refiero a Josu Jon Imaz, el hombre que un día soñó con seducir a España.

Hace unos días y tal vez arrebatado por la moral conservadora y el neoliberalismo de la política estadounidense, el antiguo jelkide escribía en uno de los periódicos del grupo Vocento un artículo en el que, con un burdo símil, pretendía comparar al Ku Klux Klan con la izquierda abertzale. En su escrito, después de hacer un esbozo sesgado e interesado de la trayectoria del KKK, aseguraba que la derrota de esta organización sobrevino con la «unidad de acción» del Partido Republicano y del Partido Demócrata para imponer la «deslegitimación» y el «aislamiento político», lo que provocó que los miembros del Klan perdieran «el poder político local», con lo cual se «debilitó la potencia de la red de intimidación» que ejercía el KKK en determinados estados del sur, del oeste y del medio oeste de EEUU.

Las inexactitudes y omisiones históricas sobre el Klan en el artículo del señor Imaz constituyen como mínimo una «mentira involuntaria». Lo que consta en la historia es que el KKK, el que surgió de la refundación de 1915 con el aval del entonces presidente de los EEUU Woodrow Wilson, comenzó a perder el apoyo político del Congreso debido a los escándalos de uno de sus dirigentes, miembro del Partido Republicano, autor de la violación y asesinato de la joven Magde Oberholtzen, a rivalidades en su liderazgo y por las posiciones a favor del nazismo de otros destacados miembros del Klan, que incluso llegaron a sabotear la intervención de EEUU en la II Guerra Mundial. Aun así, el KKK siguió trabajando en las oscuras trastiendas del FBI, llegando incluso a crear la Legión Negra, una facción encargada de asesinar a sindicalistas, a sospechosos de defender ideas comunistas, a ex combatientes negros de la II Guerra Mundial y activistas por los derechos civiles y, todo ello, ante la pasividad gubernamental, instaurando así un terrorismo estatal parecido a lo que fue el GAL en el Estado español, creado, como ya se sabe, por el Gobierno socialista para aniquilar a militantes de ETA. Una semejanza de modos terroristas que Imaz, tan cuidadoso en las comparaciones, pasa por alto al ensalzar en su artículo la determinación democrática de los políticos norteamericanos.

La casualidad quiso que en esos días cercanos a la publicación del artículo de Imaz estuviera leyendo un libro sobre el escritor Dashiell Hammett, la novela negra y la caza de brujas en Hollywood. En las páginas sobre la vida de Hammett se relata un periodo clave en lo que Howard Zinn denomina la «otra historia de los Estados Unidos», una historia de persecución política y racial que Imaz parece no conocer, no sólo en lo que se refiere al papel que el Klan jugó en esa persecución, sino a otras cuestiones que, aunque lejanas y diferentes, recuerdan la represión desatada contra Euskal Herria desde los estamentos legislativos, judiciales y policiales del Gobierno español.

La fobia antiizquierdista en Washington no apareció de repente, fruto del histerismo conservador del senador McCarthy y de sus interrogatorios en el CAA a las estrellas de Hollywood. Tiene su origen muchos años antes, cuando la izquierda ganaba terreno entre los trabajadores inmigrantes y destacados militantes, como el escritor John Reed, denunciaron la Gran Guerra como una contienda que sólo favorecía a los intereses del capital. Ya en 1920, el presidente Wilson, el mismo que aplaudió la refundación del KKK, encarceló y deportó a miles de personas acusándolas de revolucionarias.

Uno de los pasajes del libro sobre Hammet que más llamó mi atención fue el uso impune de leyes destinadas a imponer la represión política, recortar derechos, cercenar libertades y encarcelar a líderes comunistas. De todas las leyes promulgadas por el Congreso, la Smith Act, aprobada en 1940, fue decisiva para criminalizar a centenares de militantes izquierdistas. Según esta ley, cualquier persona sospechosa de pertenecer o simpatizar con organizaciones que instigasen, justificasen o propugnasen el derrocamiento del Gobierno de EEUU por la fuerza, podría ser acusada y detenida. De hecho muchos de los militantes y dirigentes, procesados en los sumarios masivos que tuvieron lugar hasta la década de los 60, fueron condenados porque, según el tribunal, Marx, Engels y Lenin defendían la violencia y eso «contaminaba» a todos los que asumían sus ideas y convertía en sospechoso a cualquier hombre o mujer que se alejase de la moral conservadora y mostrase una actitud de igualdad con los inmigrantes, los negros o hablase de justicia social.

Esta ambigüedad legal de la Smith Act, no sólo logró apartar de las instituciones a los partidos de izquierda, sino que además desencadenó una persecución indiscriminada en todos los colectivos de la sociedad norteamericana, a través de las decisiones arbitrarias del Comité presidido por MacCarthy y de los informes policiales del FBI. La Caza de Brujas destrozó cientos de vidas, llevó a miles de personas a la cárcel, la deportación y el exilio. Un método de aniquilamiento político, pensado y organizado en nombre de una supuesta «práctica democrática» donde la ausencia de derechos civiles y políticos se ha convertido en un argumento esencial para asegurar no se sabe qué libertades.

Por desgracia, todo esto no pertenece a una novela del género negro, del que Hammet era un maestro. Para el escritor y para muchos norteamericanos fue una terrible realidad. Y hoy, después de medio siglo, lo es también para Euskal Herria, debido a la Ley de Partidos. Sobra decir que esta ley, aprobada en 2002, ha precipitado una represión política sin precedentes contra el independentismo de izquierdas. Una caza de brujas, ilegalizaciones, torturas y abusos judiciales en los que Imaz, su partido, el PNV, y su policía, la Ertzaintza, colaboran sin rubor junto al PP y el PSOE, de la misma forma que en EEUU lo hicieron demócratas y republicanos en una consolidada unión con grupos de extrema derecha como el Ku Klux Klan.

Imaz, desde su refugio en la Universidad de Harvard, quiere dar a la colaboración del PNV un aire de ficción hollywoodense. Pretende escribir un guión de sabor sureño, cómodo con sus intereses, ocultando otros hechos y comparaciones históricas poco convenientes al fervor que dice sentir por los principios democráticos. Pero, puestos a recordar, quizás, sería más riguroso que en lugar de buscar falsas analogías entre el KKK y la IA, que no sirven ni para una película de serie B, escribiese sobre el papel que jugó el PNV en ciertos bureaux de Washington, después de la II Guerra Mundial, en el entramado estadounidense de la guerra sucia contra la izquierda y contra los incipientes movimientos revolucionarios de Latinoamérica.

Imaz debería saber que la época dorada de Hollywood terminó hace años. Y aunque se dice que la historia la escriben los vencedores, los resquicios de la verdad se abren cuando uno menos lo espera y, al final, las películas terminan siendo lo que son, sólo películas. Y la suya, titulada «El derrumbe del Ku Klux Klan», distribuida por Vocento, no pasará de ser una burda manipulación de ésas que tanto gustaban a Goebbels.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo