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Jesús Lezaun Sacerdote

Elegía en do mayor

Este mundo aparece como un «valle de lágrimas». Nadie pone remedio a nada. Y cuando se intentó ponerlo, los obispos fueron los primeros en descalificarlo. Después encima lo negaban. El hombre para el hombre lobo; y el dicho añade que para el clérigo «lupísimus»

Aveces todos hemos desproticado contra el calificativo para este mundo de «valle de lagrimas». Y, ciertamente, lo es demasiadas veces. ¿Quién estos días no ha sufrido por ver al Papa celebrar pomposamente en Estados Unidos de América una cena rumbosa con el siniestro Bush? Celebraban el 81 cumpleaños del Papa. ¡Vaya compañía! Bien que ha tenido que afrontar, tarde, el vergonzoso tema de los miles de pederastas católicos. Que lo haga a fondo y con los remedios apropiados, que dudo que sea así. Pero no se le ha oído a Benedicto XVI ni una palabra sobre las monstruosidades de la cárcel de Guantánamo, ni sobre la barbarie de Irak, desatada y mantenida por Bush. Para los católicos, sin duda, ha sido una afrenta dolorosa. ¿Quién sino el Papa debía hacer eso, y bien en público para marcar criterios? Nada, silencio, esta vez sí que mortal. Escándalo monumental.

Los representantes del Papa entre nosotros, los obispos de aquí, nada han dicho tampoco del monstruoso juicio a Gestoras Pro Amnistía, que ayer se reanudó en Madrid. Y son ya varias de esas monstruosas farsas. Y siempre el mismo silencio cómplice de quien debería hablar. Y todo, en este caso, por ocuparse y prestar ayuda a los presos, que tan grandes y tan crueles penas sufren. A ellos y a los refugiados en el extranjero, y a todos los represaliados. Nadie protesta, ni los defiende por este juicio aberrante; ni creyentes, ni no creyentes, ni españoles, ni vascos, ni partidos españoles, ni partidos vascos, ni de derechas, ni de izquierdas. ¿Para cuándo una solidaridad calurosa y efectiva para con ellos? ¿Para cuándo un corazón sensible, una participación en su dolor? Y eso que dicen que los jueces están para repartir justicia. ¿De qué justicia se tratará? Será, sin duda, de aquella que dice en la «Escritura» «si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos no entraréis en el Reino de los cielos». Esto para los que se dicen creyentes, y más si son jerarcas, debería ser definitivo. ¿O es que la «Escritura» no sirve para nada?

Ciertamente, este mundo aparece como un «valle de lágrimas». Nadie pone remedio a nada. Y cuando se intentó ponerlo, los obispos fueron los primeros en descalificarlo. Después encima lo negaban. El hombre para el hombre lobo; y el dicho añade que para el clérigo «lupísimus». Algunos hasta se recrean del sufrimiento ajeno, del que ellos mismos infligen, como Rubalcaba. Ni que sean laicos, ni que sean meapilas, ni que sean de izquierda, ni que sean de derechas, ni que sean españoles, ni que sean vascos, ni que sean socialistas, ni supercapitalistas, ni creyentes, ni agnósticos.

Nos lo ponen a algunos bien difícil. Para quien cree en Dios, un mundo dejado de sus manos. Para quien no cree, un mundo de impiedad fracasado en el afán que dicen de hacerlo mejor; para los que se dicen jueces, un mundo de impostura; para los políticos un mundo de enriquecerse con su oficio sin apenas trabajar. Más les valdría a todos arreglar lo que habría que arreglar, hacer entre todos un mundo habitable, de bienestar y solaz para todos. ¿Podemos creer en España, en Euskal Herria, en la democracia, en el socialismo, en el hombre, en la Iglesia?

Una vez me preguntó un periodista si me arrepentía de algo que hubiera hecho en mi vida. Le contesté taxativamente: «hombre, he hecho muchas cosas mal en mi vida pero tampoco es para ir diciendo por ahí de qué me arrepiento. Como no te diga que viendo como está el mundo `me arrepiento de haber nacido'». Así tituló al día siguiente la entrevista. Me escribió el obispo pensando que me iba a suicidar o poco menos. Pues, por si alguno entiende mal lo dicho, afirmo taxativamente: creo en Jesucristo, clavado en la cruz, por cuanto dijo e hizo en su vida, y al tercer día resucitó.

A los presos de Guantánamo y Euskal Herria, a los muertos todos en Irak mi más sincera condolencia. A Bush, al Papa, a los obispos y a los políticos, mi más fría compasión por sus hechas, por sus silencios, por no saber o no querer resolver los conflictos, por sus tremendos hígados.

¿Saben ustedes sobre qué materia han trabajado los ahora tan inicuamente procesados, y ya previamente condenados? Por «319 vascos muertos: 22 presos fallecidos en las cárceles; 72 vascos muertos por la guerra sucia, 30 refugiados muertos lejos; 60 han perdido la vida por la represión; 11 muertos en controles policiales; 16 fallecidos por la política de dispersión; 7 muertos incomunicados; 35.164 detenidos; 4.000 personas presas, más de 700 ahora; 118 extraditados; 318 entregados; 4 medios cerrados; 8 organizaciones políticas ilegalizadas; 212 encausados con la política de ilegalización».

Este es el balance aterrador que la izquierda abertzale hace de los últimos 30 años de represión y lucha política, y que hizo que surgiese el movimiento pro amnistía. Sobre todo ello callan ustedes, inicuos de verdad. Y con todo eso no quieren un proceso de pacificación.

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