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Carlos Ordóñez Ferrer Residente en Mozambique

Acentuando

África se empeña en sobrevivir. A pesar de la esclavitud, del racismo. A pesar del norte y de los nuevos conquistadores. África es la última, la más delgada, la más frágil. La que más veces ha muerto y la que resucita una y otra vez

La gente está alarmada por la acentuación de la crisis. Tanta acentuación que habrá que ponerle tilde a la palabra. Tampoco llevan tilde sin embargo hambre, ni biocombustible, ni crimen contra la humanidad. Sinónimos los tres y drama también acentuado en el sur. Llenar el tanque de un todo terreno con biodiesel equivale a llenarlo con la alimentación de un año entero de una familia africana. Literalmente.

Mientras, la crisis o su excusa crean «democráticamente» monstruos deformados, como los racistas que en el norte de Italia hablan de bombardear pateras para mayor gloria de un Berlusconi enfermo de poder y de soberbia. Y la curia romana y la castiza ponen el grito en el cielo (¿será que su Señor es sordo?) porque en la España eterna se rompe la familia mientras algunos purpúreos «tocan» a los niños, mienten en sus radios y se olvidan de pedir perdón por tanto daño. Por tanta inquisición aún viva.

Llamemos a las cosas por su nombre. Demasiados intermediarios, demasiada usura, demasiado medio ambiente podrido. El planeta se va haciendo mierda en sus márgenes mientras los que viven en el centro cada vez tienen más dioptrías para ver de lejos y se espantan con los que llaman a la puerta.

Demasiada mentira, demasiado estereotipo. «Cuanto más oscura es la piel mayor es su tendencia al robo», dicen los que proponen mano dura. Y reciben el apoyo de la antigua clase obrera, antaño vanguardia de los cambios revolucionarios, que se borran hasta de los libros de historia. Los sindicatos gestionan la cara dura de los «satisfechos».

En Kenia sus habitantes del norte compiten con los animales por el acceso al agua. ¿Preocupa eso a alguien? África se muere de sed, o ahogada, o de hambre, o sida, o cólera, o malaria, mientras las industrias farmacéuticas defienden su business y hasta se reconvierten en empresas armamentísticas. Éstas, aunque tengan tilde, viven todo lo contrario de una crisis acentuada. Estados Unidos se ha comprometido a destinar algo más de doscientos (200) millones de dólares «para responder a la crisis alimentaria mundial». Sin embargo son trescientos mil (300.000) los millones destinados a mantener la demanda de la industria de matar en el continente africano según Oxfam-Intermón. Los números mienten menos que las palabras.

La historia y el presente se hace con las personas. Y ellas, Yuma, Diaz, Tomas, Alima, Sabulia, Alizia, Selma, Angelica, Diamantino, Sheila, César, Avelino, Matilde, Monteiro, Pedro, son demasiado importantes para resignarse al destino de los indicadores que apuntan juicios finales. Habrá que seguir creyendo en el grano de arena, en la hormiga, en la mano amiga, en sobrevivir y en la magia de esa risa que acompaña a las personas en África a pesar de tanta hambre estratégicamente organizada. Existe una fuerza extraña, incomprensible, casi imposible que hace que la esperanza, a pesar de todo, siga revoloteando por aquí cerca y de vez en cuando se deje ver.

África se empeña en sobrevivir. A pesar de la esclavitud, del racismo. A pesar del norte y de los nuevos conquistadores. África es la última, la más delgada, la más frágil. La que más veces ha muerto y la que resucita una y otra vez. Lo dicen los ojos de sus gentes. Su empeño. Su día a día. Sus mujeres.

Que no se preocupen allá en el norte. África, esa África que acentúa los colores, los extremos, la belleza y el espanto. Esa África que muere y nace varias veces al día y que es maestra de la paciencia infinita. Esa África les sacará de la crisis.

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