«Lo importante de Oteiza es el hombre, no el arte. El arte es sólo el instrumento»
Pedro Manterola quien, entre otros muchos quehaceres, ha sido el encargado de dirigir el Museo Oteiza de Altzuza hasta este pasado mes de diciembre, habló ayer sobre la «Grandeza y miseria de Oteiza».
Rebeka CALVO | DONOSTIA
Pedro Manterola fue ayer el encargado de inaugurar el ciclo de conferencias que el centro cultural Koldo Mitxelena ha organizado con motivo del centenario del nacimiento de Jorge Oteiza. No es fácil sintetizar la figura del artista oriotarra, más aún cuando, tal y como aclaró el que fuera el director del Museo Oteiza de Altzuza, «Oteiza era varios personajes». «Lo importante de Oteiza es el hombre, no el arte. El arte es sólo el instrumento», matizó.
Manterola hizo un repaso del trabajo escultórico del artista, pasando por sus diferentes etapas bajo el título «Grandeza y miseria de Oteiza». Lo hizo por video-conferencia, ya que una reciente operación le impidió viajar desde Iruñea a Donostia, y empezó como suele acostumbrar al hablar de Oteiza; desde «la sensación contradictoria que siento hacia el personaje».
Y es que ¿quién era Oteiza? «No lo sé -aclaró Manterola-, ¿quién era aquel seductor de las personas de su entorno?». Según explicó, Oteiza solía decir que albergaba dos escultores; el escultor del cielo y el terrenal. En este sentido la figura del artista se dividiría en dos; el del «impetuoso creador que descubrió el concepto del arte, y el último Oteiza, el abocado a posiciones de fuera de este mundo». Llegamos al misticismo de Oteiza, puesto que su obra cuenta con un principio básico, un concepto bien claro, el de la materia y la espiritualidad. «Para él la escultura era un instrumento para el desarrollo personal, para encontrar un lugar, un ser en el mundo», explicó.
Las miserias
Oteiza no fue capaz, según aclaró Manterola, de renunciar «a la tendencia más fácil y conservadora de refugiarse en la espiritualidad». Optó por el espacio vacío frente al materialismo, pero antes, en sus primeros pasos en la escultura, trabajó también «en la creación matérica». En otra etapa del escultor, tras su viaje a América en 1935, dejó atrás «el tacto, lo material» y se pasó a la desocupación y a la idea del sacrificio. «El momento esencial del sacrificio, de esta primera fase de la desocupación, acaba con el friso de Arantzazu», explicó.
La espiritualidad a la que Manterola hizo referencia le llevó a buscar «una regla objetiva» en su escultura: la geometría. Una opción que le posibilitó jugar con las formas para crear otras, hasta llegar al Plano Malevich. Una forma de «introducir el mundo exterior en el mundo interior».
Pedro Manterola eligió el título «Grandeza y miseria de Oteiza», como guiño al artículo que el artista de Orio escribió en 1946 por la muerte del pintor Ignacio Zuloaga. Según explicó Manterola, para Oteiza el pintor hacia posible «incorporar la gravedad en su pinceladas». Pero no todos vieron así su obra. «He aprovechado este título porque también con Oteiza pasa algo parecido. Cuenta con grandes rasgos de escultor, crítico, promotor e impulsor que revolvió las profundidades en el mundo vasco de su tiempo, pero al mismo tiempo cuenta con un lado teatral lleno de contradicciones, aunque fértiles en este caso».