Maite SOROA
Brillan las navajas
La tensión que se vive en el seno del PP, con el tsunami desatado por la mano peluda y el txontxongilo, salpica ya a todos los rincones de la prensa hispana. Y al txontxongilo empiezan a lloverle las collejas, como si de «fuego amigo» se tratara.
Ayer, en «El Mundo», David Gistau se sumaba a los críticos con la émula de Agustina de Aragón y certificaba que «si la jugada consistió primero en hacerle pasar [a Rajoy] por un mentecato y un apocado que sí se resigna, la vuelta de tuerca de la ofensiva interna aspira a presentarlo directamente como un traidor a principios sacralizados que no duda en dejar en la estacada a quienes arriesgan la vida. Y es ahí donde María San Gil admite que su prestigio sea usado como elemento de coacción contra el mismo hombre que lo manipuló sacándolo de procesión por Madrid durante las manifestaciones masivas de la pasada legislatura». Si no es manipuladora es, por lo menos, manipulable. Pues eso: el txontxongilo.
Y sigue Gistau con su poética reprimenda: «La fama de San Gil es como el pañuelo de la doncella que todo caballero aspira a llevar anudado en el brazo al entrar en la justa para demostrar que le inspiran votos poéticos y galantes, y no una relación mercenaria con la gloria personal. Y ella lo concede, y lo retira, y decide plazos de 40 días de penitencia con flagelo para merecerlo de nuevo».
Y como era de esperar, con la delicadeza de un árabe, Gistau le clava la daga: «Aunque admirable por su capacidad de sacrificio y su coraje, San Gil es un personaje político de una sola frase que no alcanza a contener toda una visión general». Una fina forma de decir que es más corta que miras que Rompetechos. Más o menos.
Y concluía el columnista de Pedro J. con una andanada en la línea de flotación de los complotados contra Rajoy: «Sería atrevido especular con que María San Gil no es sino el ariete de una conspiración urdida en compañía de otros. Pero lo cierto es que, ante la coacción moral, Rajoy se arruga, como lo prueba la modificación de la ponencia. Lo malo es que San Gil, por más que sea admirable, está contribuyendo a que el PP se quede en partido de una sola frase, incapaz de adaptarse para sobrevivir a un tiempo nuevo, empecinado en una frontalidad de extramuros por la que, esta vez con razón, se le podrá decir que el cordón sanitario se lo ha tendido solo». Parece que lo tienen crudo. ¡Qué bien!