Crítica cine
«Una chica cortada en dos»
Mikel INSAUSTI
Chabrol lleva mucho tiempo sin defraudar, tanto, que ya ni recuerdo cuál fue su última película fallida. Es como una máquina de precisión, ese observador atento a cuya mirada escrutadora no escapa nada, menos aún desde que se ha especializado en la descripción meticulosa de las miserias de la burguesía provinciana.
El género en el que enmarca tales disecciones costumbristas es el del suspense criminal, seguramente porque es la mejor manera de sacar a relucir los trapos sucios de una clase que sabe guardar las apariencias hasta que corre la sangre y sus hipócritas coartadas morales se vienen abajo. Entonces surge el escándalo, ya que no hay perdón para los miembros de tan selecta comunidad que son pillados en renuncio, dentro de las reglas de un juego en el que el «sálvese quien pueda» sustituye al absoluto desconocimiento de la palabra solidaridad, sólo aplicable a los desdichados de extracción más baja.
Soy incapaz de discernir, al nivel magistral que se desenvuelve este veterano de la nouvelle vague, si «Una chica cortada en dos» supera o no a otros títulos recientes de su filmografía, pero lo que sí puedo afirmar con rotundidad es que se trata de su obra más refinada. El viejo gourmet del cine, habituado a tutear a los pequeños burgueses, se atreve esta vez con la alta burguesía, a la que parece conocer igual de bien en sus caprichosos y acomodados gustos.
De acuerdo con el mayor punto de exigencia, la ambientación es más lujosa, con visita incluida a una Lisboa que únicamente figura en las guías turísticas para ricos, empezando por los hoteles de cinco estrellas. Con su proverbial socarronería, Chabrol ha declarado que hubiera preferido rodar a orillas del lago Como, pero desde que George Clooney se ha instalado allí los precios se han puesto por las nubes. Lo que se ha ahorrado con el cambio de localizaciones lo ha invertido en la banda sonora, ya que, por una vez, ha sido espléndido con su hijo Matthieu, a quien ha permitido grabar con una orquesta para que deje de ser minimalista por necesidad. En cuanto a la buena mesa que nunca falta, los platos de los grandes chefs son reemplazados para la ocasión por una inacabable carta de bebidas que incluye vinos, champagnes y cognacs para los más exigentes catadores. A la hora de consumir whisky de importación se impone el Chivas Regal.
El problema para los que les sobra el dinero es la dificultad de beber con moderación, y, aunque consuman buenas marcas, se acaban emborrachando y perdiendo el juicio. Es lo que le pasa al chico de los laboratorios Gadens, un impulsivo heredero que no admite rivales en sus conquistas femeninas, máxime a sabiendas de que los poderosos siempre purgan en menor medida por sus crímenes, con reducidas condenas a la carta por exquisito comportamiento. Benoît Magimel consigue ser el eje del triángulo amoroso, rompiendo la tradición de protagonismo femenino en el cine de Chabrol, con una actuación que recuerda al aristocrático Helmut Berger viscontiano o al joven Terence Stamp felliniano. Enfrente tiene a François Berléand, perfecto como el perverso intelectual, cuyas fiestas privadas recuerdan mucho a las ilustradas por el surrealista Buñuel, sobre todo cuando hace lucir a Ludivine Sagnier las plumas de pavo real. Ella es una víctima de los medios de comunicación, por su trabajo como presentadora de televisión, suficiente para convertirse en un personaje público a tiro de sus propios colegas. El final mágico, con número a lo Woody Allen, la salva, entera y verdadera.
Título original: «La fille coupée a deux».
Director: Claude Chabrol.
Guión: Claude Chabrol y Cécile Maistre.
Intérpretes: Benoît Magimel, Ludivine Sagnier, François Berléand, etc.
Producción: Patrick Godeau.
Origen: Estado francés.
Duración: 115 minutos.