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El grito de quienes no se resignan a la represión y el orgullo de los represaliados

Ayer Bilbo fue escenario de una marcha protagonizada por miles de ciudadanos que no se resignan al estado de cosas que propicia que veintisiete personas sean procesadas y juzgadas por un tribunal español de triste trayectoria y antecedentes inconfesables. Y que lo sean por denunciar la represión, la tortura, la constante vulneración de derechos, labor de la que ayer los procesados se mostraron orgullosos. Quienes acudieron a Bilbo no se resignan a la persecución, encarcelamiento e ilegalización de un sector significativo de la sociedad vasca, concretamente del sector que con más decisión reivindica el reconocimiento del derecho de toda la sociedad vasca a decidir su futuro. Precisamente la clave de la represión es la decisión de no aceptar la negación del respeto a la voluntad de la mayoría de la sociedad vasca. Negación que deviene pura represión sobre el sector que con más ahínco plantea esa reivindicación tan escrupulosamente democrática. Negación que provoca otra violencia en sentido contrario y que difícilmente se extinguirá con estériles condenas.

Porque las miles de personas que ayer recorrieron las calles de Bilbo representan, además, a quienes no se resignan tampoco a que sigan ocurriendo hechos como el atentado del pasado miércoles en Legutio. A quienes no se resignan a que se sigan sucediendo las diversas manifestaciones de violencia a las que, a pesar de tantos años conviviendo con ellas, este pueblo no ha de acostumbrarse.

Tras el atentado de Legutio, ha quedado una fotografía que por mucho empeño por parte de los retratados en presentarla como novedosa, resulta repetitiva. Y es que, aunque las caras que en ella aparecen van cambiando, el tono amarillento la delata como antigua. La una y otra vez ensayada «unidad frente al terrorismo» cuenta ya los años por decenas; los éxitos, en cambio, brillan por su ausencia. Todos los ministros de Interior españoles han anunciado la debilidad y el cercano fin de ETA, sin embargo todos sus gobiernos han aplicado la misma receta, una y otra vez fracasada, en clave de represión en lugar de apostar decididamente por la vía del acuerdo y el respeto de los derechos. Consecuencia de esa política es, entre otros, el juicio a los procesados en el sumario 33/01, conocido como Gestoras/Askatasuna, vía criminalización, es decir, englobando a todo disidente en el concepto de «terrorismo», aunque para ello haya sido preciso cambiar, adaptar y retorcer las leyes hasta hacerlas irreconocibles en el Derecho.

Pero ese proceder tradicional del Gobierno español ha contado con el apoyo fundamental de partidos vascos que dicen apostar por el derecho de decisión de Euskal Herria y por una solución dialogada al conflicto político pues no han dudado en formar parte de esa «unidad frente al terrorismo» que ante todo niega esa solución y redunda en la espiral de represión. Hace escasas fechas mostraban su firme apoyo a las Fuerzas de Seguridad del Estado en el Congreso de los Diputados de Madrid, a pesar de que, según ellos mismos aprobaron en el Parlamento de Gasteiz, son más que sospechosas de practicar la tortura a en sus centros de detención, ya que la propuesta aprobada denuncia a los torturadores y también el amparo del Estado español a los mismos. Una esquizofrenia que no les impide exigir a unos lo que no exige a quienes denuncia como vulneradores de derechos elementales pero no duda en pactar con ellos y reconocer como demócratas, sean creadores del GAL o ministros franquistas.

Homenaje y agravio en el Kursaal

Ciertamente, esa esquizofrenia no llega ni a dejar lugar a dudas. El homenaje que hoy, por enésima vez, rinde el Gobierno de Lakua a unas víctimas es una clara muestra de la escorada visión de ese Gobierno. Lo que presentan como un acto de reconocimiento y reparación a las víctimas, de defensa de los derechos humanos, es en primer lugar un agravio a las numerosas víctimas que quedan fuera incluso de la consideración de tales.

Resulta curioso que quienes tanto empeño ponen en condenar un tipo de violencia, y lo hacen además arrogándose el derecho de asignar credenciales de ética, ignoren a cientos de personas a las que niegan hasta el reconocimiento de su sufrimiento. Resulta curioso, pero es profundamente injusto.

El acto del Kursaal demuestra, además, que para sus promotores la violencia del Estado terminó con el franquismo o, mejor dicho, con Franco. Después, al parecer, la violencia sólo ha procedido de un lado. Si así fuese, sería incomprensible el hecho de que los partidos del tripartito no hayan podido hacer realidad democráticamente el respeto a la voluntad de los ciudadanos.

Hoy el Kursaal acoge un acto que ofrecerá, junto a la discriminación de muchas víctimas, condenas de una de las violencias existentes en este país. Pero será un acto que no busca poner fin a la prolongación del conflicto y, por tanto, del sufrimiento. El de todos. Ayer Bilbo acogía a quienes desean vehementemente el fin de la lamentable situación que vive este país. Y ofrecían algo más que condenas. Decisión y aunar fuerzas para lograr el final del sufrimiento. El de todos. Un acuerdo basado en la voluntad de los ciudadanos vascos. La de todos.

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