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Las puertas de la UE

Las puertas de la Unión Europea son, cuando menos, caprichosas. Esas puertas son físicas, geográficas, pero desde luego son también mentales, sobre todo mentales. El tópico del «nosotros y los otros» funciona sin rubor en la mente de muchos, ciudadanos y gobiernos, hasta el punto de que los tan manidos y volátiles «valores» europeos desaparecen en las fronteras interiores y exteriores de la Unión. Esta semana, por ejemplo, hemos conocido que son varias decenas de miles las personas que permanecen detenidas en el centenar y medio largo de centros de detención para inmigrantes repartidos en toda la Unión Europea. Centros que, según el último informe encargado al respecto por el Parlamento Europeo, son más cárceles que otra cosa. Relacionado directamente con esto, el debate sobre el «periodo máximo de retención» (eufemismo de detención, claro, como prolegómeno, tantas veces, de expulsión) de los inmigrantes en estos centros sigue al rojo vivo, azuzado por Italia, Malta o Gran Bretaña. Al menos la mitad de los estados socios de la Unión quieren fijar un periodo máximo de detención (común a todos los estados miembros) de hasta seis meses, extensible a dieciocho, de forma que, además de mantenerlos como presos de facto durante más semanas, dispongan de más tiempo para poder concretar una expulsión acordada con los países de origen. La deriva de la Unión Europea también en esta cuestión es inquietante. Tanto más cuando es incapaz de reaccionar (o, simplemente, no desea hacerlo) a las nefastas políticas que practican sus propios miembros. Las recientes medidas adoptadas por el neofascista Gobierno italiano contra los inmigrantes no son sino otro triste ejemplo de la deriva comunitaria. El ciudadano europeo no es el que era hace una década o dos, y será muy distinto dentro de una década o dos. Pero ésto no es importante; lo importante es cómo será la Unión Europea dentro de una década o dos. Si aún existe, si es, es obvio que no puede seguir tan alejada de sus ciudadanos, de todos ellos, ni de sus derechos, individuales y colectivos. Y, desde luego, no puede seguir rebajando sus presuntos valores en función de los intereses y obsesiones de éste o de aquel gobierno, sea el español, el polaco, el italiano o cualquier otro.

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