La jornada futbolística del fin de semana ha servido para dejar en evidencia lo distinto que es jugar al balonpié según la presión que se tenga. Cuando el honor y el buen nombre es lo único que se pone en juego, el balón rueda que da gusto, el pase en largo se convierte en arte supremo y el gol en pura ofrenda a la precisión ante la puerta rival. Pongo como ejemplo los ocho «chicharritos» de los que pudimos disfrutar en La Condomina con el 3-5 favorable al Barça. Qué soltura, qué brío y qué facilidad para hilar el juego por las bandas. Y los pocos fieles que acudieron al estadio disfrutando como enanos a pesar de la derrota local. Ya les costará volver a disfrutar así contra el conjunto blaugrana en el futuro. Pero amigo, ay amigo, lo que cambian las cosas cuando se ponen las habichuelas en juego. El domingo nos deparó de salida un infumable empate a nada en Soria que permite al Numancia celebrar con enorme antelación su ascenso a Primera y da un puntito al Alavés fuera de casa. Menos da una piedra, pensará más de uno. Me imagino los encargados de ambos clubes en la previa del partido. «Hombre que, no es por nada eh, pero un puntito a nosotros nos basta y nos sobra», diría el soriano. «Pues, oye, a estas altura un puntito fuera de casa tampoco es que sea cosa mala», podría contestar algún albiazul. «Pues nada, empate al canto y todos contentos», concluyó la mayoría pasándose el espectáculo y el buen juego por donde usted ya sabe. Y no digamos nada sobre las agonías y sufrimientos de Osasuna al atardecer, con diluvio en Mallorca incluido. No sé cuál sería el planteamiento de salida, pero el gol encajado por el Zaragoza dio paso a un «amarrategi» que ya lo quisieran para ellos algunos equipos del Calcio. Afortunadamente, y a pesar de perder, todo salió bien, pero lo que es el fútbol, la verdad, lo vimos el sábado por la noche.