La oposición libanesa recupera su lugar en las instituciones del país
Gobierno y oposición alcanzaron un acuerdo que despeja 17 meses de crisis política libanesa y devuelve a la segunda su peso en el entramado institucional del país de los cedros. Hizbulah, que forzó con su demostración de fuerza estas exitosas negociaciones, mantendrá intacta su capacidad militar. Si el Gobierno y sus valedores (EEUU e Israel) aspiraban a debilitar a la principal organización chiíta del país, se puede decir que el tiro les ha salido por la culata.
GARA |
La oposición libanesa y las fuerzas que sostienen al Gobierno prooccidental anunciaron ayer un acuerdo, bajo mediación de Qatar, que despeja la elección presidencial, anuncia un Gobierno de unidad nacional y una nueva ley electoral.
En virtud del acuerdo, el Parlamento debía ser convocado en las siguientes 24 horas para la elección presidencial. Fuentes del Ejecutivo anunciaron que la sesión, en la que está previsto que acabe la vacante presidencial, vigente desde noviembre de 2007, será el domingo.
Pese a que las fuerzas pro-gubernamentales vetaban una modificación de la ley electoral para intentar salvar su actual mayoría, el acuerdo rescata la legislación electoral de 1960 con una nueva modificación de las tres circunscripciones de Beirut.
La oposición chiíta denuncia una discriminación electoral pese al creciente peso de esta comunidad en la demografía del país. Los 19 escaños (de un total de 128) que se eligen en la capital son cruciales para obtener la mayoría del Parlamento.
El acuerdo prevé la formación de un gobierno de 30 miembros, 16 de la actual mayoría pro-occidental, once de la oposición y tres a nombrar por el futuro presidente. Con ello la oposición, liderada por Hizbulah, los también chiítas de Amal y los cristianos de Michel Aoun -además de otros pequeños grupos- recupera su capacidad de bloqueo de cualquier acuerdo que afecte a intereses nacionales.
Como contrapartida, todas las partes de comprometen a no dimitir. La dimisión a finales de 2006 de los ministros de Hizbulah consagró un choque de trenes que desembocó en la última grave crisis libanesa.
Nada de desarme de Hizbulah
El acuerdo se limita a prohibir el recurso a las armas aunque no incluye exigencia alguna de desarme de la milicia de Hizbulah, el Movimiento de la Resistencia Libanesa, tal y como exigía el Gobierno de Fouad Siniora.
Un Siniora cuya dimisión se daba por descontada, con lo que se convertiría en la víctima directa de la crisis desencadenada por su anuncio de varias medidas de presión contra la principal organización chiíta y que provocaron que Hizbulah sacara a sus milicianos a la calle y tomara el control, en 48 horas, de los barrios sunitas del oeste de Beirut tras derrotar a las milicias de al-Mustaqbal, del líder sunita Said Hariri.
Esta crisis armada, que se saldó con cerca de 70 muertos y cientos de heridos, culminó con la retirada de las medidas del Gobierno y con el anuncio de la ronda negociadora en Doha.
Si tras aquel acuerdo de principio Hizbulah levantó el bloqueo al aeropuerto, el presidente del Parlamento, Nabih Berri (Amal), anunció el fin de 17 meses de acampada de protesta en el centro de la capital. Respondiendo a la orden con celeridad militar, las 600 tiendas de campaña estaban siendo retiradas.
Obediencia no exenta de pena y nostalgia. «Después de haberles cortado el cuerpo hubiésemos querido terminar con la cabeza, es decir, EEUU, Israel y el Gobierno» se lamentó un miembro de la resistencia.
Odette Batach, cristiana y seguidora de Aoun, señaló que «estoy triste por dejar a mi nueva familia, aunque sé que a partir de ahora tengo una casa en el dahia (arrabales del sur de Beirut), en el este y sur del país, como ellos (los chiítas) las tienen en nuestras áreas (cristianas)».
El jefe del Ejército, Michel Sleimane, que se convertirá en el duodécimo presidente de Líbano, ha sabido preservar la unidad de sus tropas y mantenerlas al margen de pugnas partidarias, imponiéndose como un hombre de consenso, pese a los recelos de los que ven en él a un aliado de Damasco. De 59 años de edad, fue nombrado comandante en jefe en 1998, cuando las tropas sirias seguían acantonadas en el país de los cedros.
Criticado por la exquisita neutralidad de los soldados en la última crisis armada libanesa, Sleimane recordó que «implicar al Ejército en estos enfrentamientos sólo hubiera servido a los intereses de Israel». «El Ejército es mi vida y yo no aceptaría nunca verlo dividido», señaló recientemente.
El general y próximo presidente se ganó el respeto de las fuerzas progubernamentales cuando mantuvo a sus soldados al margen de las manifestaciones de protesta tras la muerte en atentado en febrero de 2005 del ex primer ministro Rafic Hariri.
Estas protestas forzaron a Siria a poner fin a 29 años de presencia militar en Líbano. El papel del Ejército en los combates contra Fatah al-Islam, oscuro grupo sunita islamista en Nahr al-Bared reforzó su posición como garante de la unidad del país.
Oriundo de la comunidad cristiana maronita - a la que está reservada la Presidencia del país-, Sleimane defiende la separación entre política y religión. Licenciado en ciencias políticas, habla inglés y francés, además de árabe.