Disko berriak Pablo Cabeza
Con Johansson llegó la escarlatina
Alguien le debió de decir a esta neoyorquina, contraria a la política de Bush y partidiaria de Obama: «Tú vales mucho, corazón». Se pintó los labios de botox rojo y se lo creyó. Pensó también que con un nombre tan fonético todos serían súbditos. Debió de ver algún vídeo o escuchar alguna interpretación de Nico y también se dijo: «Como esa quiero ser yo», para añadir: «Al mundo le demostraré de lo que soy capaz, y más. David Linch soñará conmigo». Y con estas, y quizá tras haber escuchado un disco de Cocteau Twins, tomado de la discoteca de su padre, y creer que podría ser tan encantadora como Liz Fraser, su vocalista, eligió dejarnos de un palmo seleccionado a un autor de culto, Tom Waits; olvidando, de paso, que a este perraco sólo le puede imitar otro perraco mayor que él, no una princesa con tacones de papel. Claro que, honestamente, con la voz de Johansson tampoco es una mala idea. Al final, con el plano del asunto sobre la mesa, como si de edificar una casa se tratara, todos al asunto: el ingeniero, el arquitecto, el productor, el productor ejecutivo, el arreglista, los músicos de estudio, la peluquera, la maquilladora... el listo de turno, el pendejo y la enrollada. Y así, entre unos y otros y sin Tom Waits, de visita en Neptuno por si le pedían consejo, pergeñaron el bodrio de la década, «Anywhere I lay my head», disco que consigue que la escarlatina no sea nada en comparación, que el rubor aflore incluso escuchándolo en solitario.