La sede estatal del PP, en la madrileña calle Génova, fue ayer escenario de un espectáculo insólito con una concentración, convocada vía SMS y alentada desde las tribunas mediáticas más «ultras» de la derecha española, en la que se pidió la dimisión de Mariano Rajoy. Unas 250 personas secundaron el acto de rebelión contra el presidente del partido que, pese a la algarada, reiteraba que no arrojará la toalla a unas semanas del Congreso. La movilización protagonizada ayer por los sectores más ultramontanos del PP recuerda, en estética y contenidos, a algaradas callejeras -algunas vestidas de «protestas ciudadanas espontáneas»- monitoreadas desde Génova en no pocas ocasiones con la situación política en Euskal Herria como telón de fondo. Las dos «banderas» que emplearon los que salieron ayer a la calle -María San Gil y José Antonio Ortega Lara- han pasado, especialmente en el caso de la aún dirigente del PP de la CAV, de servir de ejemplo de firmeza frente a la «traición a España» del PSOE a ser utilizados para arrojar piedras sobre el tejado propio. Esa misma acusación de traición sirve hoy para arremeter contra Rajoy, cabeza de cartel de un PP que, al amparo de un programa extremista, no logró alcanzar Moncloa el 9-M y al que imprimir el más mínimo cambio de rumbo le sitúa ahora al borde de la escisión.