«Lo mejor de nosotros está en los rasgos que quedan del niño que fuimos»
«Niños de Tiza» es el último y esperado libro de David Torres (Madrid, 1966), con el que consiguió el premio Tigre Juan de Novela. Este autor, un urbanita confeso que se dio a conocer con sus libros de montaña, viaje y aventuras, retoma el género negro para hacer crítica social y viajar esta vez al territorio de la infancia.
Su primera novela, «Nanga Parbat» (1999, premio Desnivel) fue celebrada por los aficionados al libro de montaña y aventura. Guionista del programa «Al filo de lo imposible», escribió varios y premiados libros de viaje antes de pasarse al género negro con «El gran silencio» (finalista del Nadal en 2003), en el que aparece por primera vez Roberto Esteban, el protagonista de «Niños de tiza» (Ed. Algaida).
«Niños de tiza» habla de su generación, a la que, según dice, se le negó la oportunidad de vivir siquiera una revolución.
Y gracias a Dios. Nosotros somos de una generación posterior a todos los sueños y utopías del siglo XX. El nazismo fue una utopía, el fascismo fue una utopía y el comunismo fue otra. Y todas acabaron en desastre. Nosotros asistimos a la caída del Muro de Berlín, a los infiernos de Camboya y Vietnam... todo eso nos hace contemplar la política con mucho escepticismo. Creemos más en los cambios personales, comprendemos que la sociedad es la suma de los individuos.
El personaje principal es un boxeador. ¿De dónde le viene la atracción por este deporte?
Es una atracción estética. El boxeo me parece bellísimo y tanto en fotografía como en cine ha dado obras maravillosas. Me gusta su desnudez; al contrario que en el fútbol, que es un deporte de quejicas, en el boxeo no hay hipocresía, todo está claro, es imposible hacer teatro o tongo. Y también me gusta el hecho de que es una actividad absolutamente física. El boxeo nos devuelve a una especie de inocencia adánica donde nos damos cuenta de que el nacimiento, el sexo y la muerte son los grandes tragos de la vida. El boxeo, los toros, el montañismo, son actividades donde realmente te la juegas. En literatura, hay una gran tradición sobre boxeo: Hemingway, Jack London, Cortázar, Mailer...
La infancia es seguramente el tema principal de esta novela, pero evita dar una visión complaciente de ella.
La infancia es el primer lugar donde estuvimos. Todos guardamos un niño dentro, lo que pasa es que hay veces que ese niño está muerto. Roberto, el protagonista, regresa a su barrio e intenta redescubrir los rasgos de la niñez en cada personaje que encuentra. Y se da cuenta de que lo mejor de nosotros mismos está en los rasgos de ese niño que se han salvado de este naufragio que es la vida.
¿Qué es más: un retrato generacional en un barrio obrero o un thriller?
Una novela siempre es una mezcla de muchas cosas. A mí me gusta la tradición realista de la novela española, cuyo último gran representante es Juan Marsé, y esta novela está en la línea de «Si te dicen que caí», pero también es una novela negra. La novela negra es un gran invento, uno de los grandes géneros del siglo XX. Primero, porque tiene una trama criminal que enseguida interesa a todo el mundo y luego porque te permite hacer crítica social. En esta novela salen temas como el culto al ladrillo, la corrupción urbanística, los malos tratos, la corrupción policial... . Pero, sobre todo, la novela negra es un universo moral. Un género se define por su ética, no por sus personajes, y en la novela negra lo que descubrimos es que los malos no son tan malos como pensamos y que los buenos no son tan inmaculados como imaginábamos. Y lo ambiento en un barrio obrero, porque es el mío, lo conozco bien y a mí nunca me saldría una novela de Proust.
Hay también humor, aunque no tan cáustico como el que utiliza en su blog.
Quiero que mi próxima novela sea totalmente humorística, cosa que aquí es difícil porque éste es un país que se lo toma todo en serio menos el humor, al que se trata como a un género menor. A mí me gusta que el lector se lo pase bien. Creo que la novela es un divertimento, no un instrumento educativo. Nosotros tenemos mucha más competencia que la que tenía Tolstoi: cine, televisión... Reírse es importante. Los grandes novelistas que a mí me gustan, John Irving o Anthony Burgess, son muy cómicos, aunque terribles al mismo tiempo.
¿De dónde viene su afición por el género de montaña?
Yo me aficioné trabajando en la librería Altair, donde Rafael Conde me contaba historias de montañeros. Para escribir «Nanga Parbat» hablé con Kike de Pablo y otros escaladores. Algunos montañeros amigos me han llevado a la montaña, pero han visto que soy un urbanita recalcitrante. De todas formas, me parece que la montaña está perdiendo el carácter salvaje que tenía. Las expediciones al Everest parecen romerías.
Karolina ALMAGIA