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Pablo Antoñana escritor

Vaguedades

Abandonando lo que dejó de existir, con estas «vaguedades», escenas cotididianas, actualidad radiada, Pablo Antoñana, desde su larga experiencia y su habitual clarividencia, deja constancia, entre otras cosas, de la hipocresía de quienes transmiten esa actualidad detallada hasta lo macabro en la parte de realidad que muestran y escondiendo los verdaderos motivos y autores de las guerras y otras tragedias que surten y abarrotan los noticiarios.

De entrada digo que ya los años no perdonan, y no puedo hablar de corrido y tampoco lo hago cuando escribo. Sirva lo dicho como excusa o pretexto para que hoy dé saltos cortos y estrambóticos como hace el equilibrista de circo en el ocaso de su vida, fatigado, casi sin aliento, obligado por la costumbre, casi con desgana. Soy de la gente que creyó, descreyó, o lo descreyeron, buscó a tentón y sin brújula, y a la postre se refugió en el territorio inquietante de la duda. Quedé en tierra de nadie, falto de rotundidades o certezas absolutas que, como bien se sabe, todas ellas conducen al fanatismo, el furor y la barbarie. No soy socio del pensamiento único, con amo, pastor, palo y perro, sino cofrade del pensamiento crítico, de campo abierto, la intemperie mi habitáculo, golpeado por la soledad y el desánimo, padezco la obsesión enfermiza de querer conocerme y conocer a los demás que me rodean y que, dicho sea de paso, lleva por lo derecho al sufrimiento.

Hago esta cavilación cuando rompe el día, despierto y me alegro de estar vivo, podré calzarme sin ayuda y paso un breve tiempo recomponiendo lo soñado, un magma en fugaz huida, donde revivieron gentes ya muertas, que pasan como sombras fantasmales por un relato cinematográfico. Hablo con ellos, me trasladan al mundo de los espectros donde ellos habitan. Son los nuestros que hace tiempo sucumbieron y ahora los tengo a mano, los veo, me dicen, les digo, y vuelven los paisajes que se fueron. Ya no existen, pues los borró el plano del arquitecto urbanista y la excavadora de la modernidad. Perdidos los paisajes de la infancia, los recupera el sueño, y siento agradecimiento por la recuperación inútil como foto amarillenta.

Y ya, un poco mas tarde, todavía con legañas en los ojos, me incorporo a la cotidianeidad, entro en ella de bruces y de la mano de los noticiarios radiados. Me traen la misma historia del hombre de cada día, el de siempre, el que fue soldado «heroico» o cobarde, el político con lenguaje que no se entiende, instalado entre alfombras, penumbras de despacho, ujier, guardaespaldas, y procura solícito por nuestra felicidad, gracias, muchas gracias por su atención no solicitada. El locutor dice de un hombre que apuñala a su mujer, legítima o no, hace preguntas a quien empobrece la carga de la hipoteca, cuenta del violador que «parecía buena persona, nadie lo hubiera dicho», un parado sin trabajo casi llora. Corto la lista de desamparados, que llenaría este pedacito de papel que se me ha otorgado. Además correría el riesgo de ser juzgado por quienes tienen vara de mando, bendicen o condenan con su mano enjoyada, nos mandan al infierno recientemente restaurado, o los que en escondrijos sombríos conceden préstamos leoninos y dirigen la macroeconomía. Dirán con desdén que cuanto escribo es «demagogia», y puede que lo sea, pero si es así, será «la demagogia de los hechos», y los hechos acusadores están ahí, no los he producido.

Enseguida, tal y como voy escuchando los noticiarios, me percato de que el locutor (speaker) está relatando una crónica de sucesos, que siempre tuvo un rinconcito escondido en los periódicos del IXX, y mitad del XX, con su cronista oficial de tribunales en que se daba cuenta del horror y vileza de la condición humana. Sobre todo de la miseria de la gente orillada, atrapada en las retículas laberínticas de la ley que, según escritor de fama, estaba hecha para cazar moscas y dejar escapar pájaros. Ejemplo de relator de lo tétrico fue en su tiempo, cuando mandaba el general, el periódico «El Caso», en que lo tremendo se hermanaba con lo escatológico, «el caso de la mano cortada», «aparece en un florero la cabeza degollada de un mancebo de botica». Hoy lo horrible contado con pelos y señales, exhibido sin pudor, pues lo relatado son, repito, historias de todos los días, en la Gran Crónica General de la Infamia, ilustrada hasta el pormenor, que más bien parecen cosa de imaginación calenturienta de escritor de novela gótica. Así, lo increíble de ese austriaco en su fortín subterráneo que a su hija le hizo cinco hijos sin enterarse nadie, y otro ciudadano francés con parecido expediente sale a la luz pública.

Ypasamos a las guerras, y catástrofes, descritas con pormenor escandaloso, como entretenimiento y pasatiempo no más, por los reporteros de todos los periódicos del mundo mundial que igual que aves rapaces olfatean la carroña y se ceban en sus sumideros. Nos conforta saber que a nosotros no nos toca, hipócritas, y además, para nuestro consuelo, sabemos que los lobos de las oficinas bancarias abren cuentas corrientes de las que sacan beneficio, implorando caridad, que no justicia, a favor de los desplazados, las viudas, los huérfanos, los que buscan a los suyos sin encontrarlos, cínicos.

Nadie entra en los nidos del mal en sus nidos, aquí cerca, las fábricas de armas que exportan minas antipersona pero mejoran la balanza de pagos. Quienes ordenaron la matanza de miles, millones de gente inocente o les obligaron a huir despavoridos a ningún sitio no han pasado ni pasarán por un Tribunal de Nuremberg para juzgados y condenados. No se pidió para ellos la concesión, siquiera a título póstumo, del Premio Nobel de la Guerra y el Genocidio. Y muchos méritos tienen el emperador Bush II y el Ejército de Israel. Y ya no hay noticiario sin guerra, el mundo alumbrado por sus llamas, y nos dicen que «siempre fue así», y tienen razón, pues he contado hasta treinta y seis conocidas, unas de oídas en las sobremesas, de las que se dieron detalles, la Gran Guerra, la de los Balcanes, la ruso-japonesa, las carlistas, la del Riff, otras vividas de primera mano. Para más inri, nos muestran los muertos despanzurrados como trofeos victoriosos, los niños famélicos que son esqueletos recubiertos de piel humana, la mancha colorida de las favelas de Sao Paulo o de Ciudad de México, los «cirujas» de Buenos Aires caminando en hormiguero numeroso hacia la ciudad hermosa. No nos dicen los reporteros qué hay detrás de lo siniestro y cruel de las demoliciones de barrios enteros de Bagdad, de la excavadora que arranca de cuajo olivares palestinos, de civiles ametrallados en su huida. O que los cimientos de los estados modernos se fraguaron con argamasa de huesos y sangre de soldados «que ni odiaban a quienes mataban ni amaban a quienes servían». Los mismos pájaros carroñeros no tienen tiempo, ciernen su vuelo sobre las catástrofes de última hora para suministrarnos carnaza y a la vez entretenernos. O son los terremotos de Turquía, los de la China, los huracanes de Nueva Orleans, las lluvias atormentadas de Birmania. No se preguntan por qué, si es que Dios enojado castiga al hombre depredador, o Dios-Naturaleza, sintiéndose agraviada, se enfurece.

Y ya, despejada la cabeza, olvidados los sueños, me levanto y emprendo la vida de todos los días. No obstante me perseguirá la sombra del contencioso de la San Gil, el Gallardón, el Rajoy. A pesar de ellos, supongo, tengo un día más, gracias.

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