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Maite SOROA

Losantos, colgado como Tarzán

Ya sabrán que en el juicio contra Jiménez Losantos por insultos a Gallardón, los aliados del radiopredicador de los obispos le han dejado colgado de la brocha. Y el hombre se siente naturalmente dolido. Por eso ayer en su columna de «El Mundo» hablaba de «las heroicas vilezas del comisariado político del PSOE y del PP, sobre todo del PP» y dedicaba a estos últimos «mi desprecio» y no dudaba en situarles, además «entre la cobardía y la alta traición». Se conoce que el hombre se lo ha tomado mal.

En su apoyo salía, también en «El Mundo», David Gistau quien denunciaba que «la lección de podredumbre y de sálvese quien pueda la han dado sin embargo los políticos que concurrieron como testigos, reclamados por el locutor como los helicópteros de rescate que jamás llegaron». Vamos, que Gistau se imagina a Losantos bengala en mano pidiendo auxilio, mientras sus salvadores se hacen los longuis. ¡Menuda estampa!

Y concretaba más el objeto de su ira: «El `no me acuerdo' de Esperanza Aguirre es un escaqueo que recuerda al muy reciente sobre su amago de órdago en la crisis del partido, cuando los comandos mediáticos le tomaron una cabeza de playa, resignados a quedarse en descampado, y ella tampoco apareció aun cuando era reclamada con enardecidos discursos que hablaban poco menos que del destino de la patria. Es decir que, por segunda vez, la campeona de los principios se da mus y deja en la estacada a periodistas de su entorno». Esperanza los deja tirados como un kleenex usado. ¡Qué bueno!

Le busca explicaciones el tío: «En su blog de ayer, Arcadi Espada apuntaba motivos de corporativismo político, como si un juicio fuese un escenario demasiado serio para los juegos dialécticos de las tertulias, y entonces se sacrifica el eslabón más débil, el periodista, que en el fondo es sustituible por otro. Pero eso no mitiga la humillación del periodista por haber establecido con el político una relación clientelar, de las que tanto gustan a Esperanza Aguirre y sus coqueteos fáusticos con promesa de pesebre, recompensada a la larga con un abandono grosero». O sea, que han hecho el pardillo. ¡Tan listos que se creían!

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