Análisis
Un proceso con vencedores, vencidos, pirómanos y bomberos
El PNV sería quien menos pierda si NaBai suplanta finalmente a los partidos: sólo aquellos paupérrimos 2.811 votos de 1995. A Aralar tampoco le sería traumático dada su corta trayectoria. Y Batzarre ha logrado un parlamentario y se le permite poner su «sello» diferencial.
Ramón SOLA
Para algunos, el proceso interno abierto por Nafarroa Bai debe tomarse como una crisis de crecimiento. Para otros, constituye más bien una necesidad acuciante tras el flojo resultado del 9-M (62.398 votos, sólo 1.353 más que en las estatales de 2004 y 15.500 menos que en las forales del pasado año). El último paso por las urnas ha incrementado las dudas sobre la viabilidad de la coalición en su actual fórmula y ha acelerado un debate que estaba pendiente desde 2004: hasta qué punto los partidos integrantes están dispuestos a diluirse en favor de la coalición.
Para analizarlo, primero hay que repasar qué es lo que aportó cada uno. El referente más nítido son las autónomicas de 2003, meses antes de que la coalición surgiera para las estatales de 2004. El partido más votado de los cuatro fue Aralar, que sumó 23.697 votos al Parlamento navarro, si bien es lógico pensar que se pudo beneficiar del veto a AuB (era la primera vez en que a la izquierda abertzale se le cerraba el paso a las urnas). Por su parte, EA y PNV concurrieron en coalición y tuvieron 22.727 votos: para ver cuántos eran de cada uno habría que retrotraerse a 1995, última vez en que acudieron por separado, y se observaría que EA casi quintuplicó al PNV (13.709 votos frente a 2.811). Y Batzarre, por último, logró 7.897 votos en 2003.
Aunque la situación de partida era muy desigual, la necesidad de dar «pegamento» a Nafarroa Bai hizo que en la Comisión Permanente se impusiera una especie de «tabla rasa», con una representación paritaria. Cada partido cuenta con dos representantes, cuando en realidad un reparto proporcional al peso electoral sería éste: tres de Aralar, tres de EA, dos de Batzarre y uno del PNV. Es decir, el PNV está sobrerrepresentado, justo lo contrario que EA y Aralar.
Al margen de la aritmética está la evolución diaria. En ella se observa una coincidencia muy notable entre Aralar y PNV. En la Permanente tienen cabida además dos representantes independientes que decantan muchas votaciones -Uxue Barkos y José Luis Mendoza- y cuyas posiciones se alinean con este bloque casi siempre.
Esta es la fotografía a día de hoy, pero se pueden anticipar además los efectos de una eventual apuesta por la coalición en detrimento de los partidos. El PNV sería de nuevo quien menos tiene que perder; sólo aquellos paupérrimos 2.811 votos de 1995, cuyo valor se ha multiplicado por 25 gracias a la palanca de NaBai y a su preponderancia en la toma de decisiones. Por lo que respecta a Aralar, arrinconar el partido tampoco sería traumático en Nafarroa dada su corta trayectoria histórica, y hasta podría ser una oportunidad para darle carpetazo en el resto de herrialdes, en el que su implantación ha sido mínima. Y otro tanto se puede concluir de Batzarre, que ha logrado tener un parlamentario con la coalición (antes sólo obtuvo algo similar con otra fórmula muy distinta, EH en 1998). NaBai le per- mite además, al menos hasta hoy, poner su «sello» diferencial en cuestiones específicas, como ha mostrado al desmarcarse de la iniciativa de Ibarretxe en el Ayuntamiento de Iruñea.
En quien no se intuye ganancia alguna es en EA, un partido que históricamente ha sido el líder claro del bloque abertzale que ahora representa NaBai y que además no goza de una buena relación de fuerzas en el seno de la coalición. Pero si Nafarroa Bai se consolida, no hay duda de que pesará más que otra cosa el argumento de que afuera hace mucho frío.
Todos estos elementos arrojan luz sobre episodios que pudieron desconcertar, como la artificial polémica sobre la vocalía en el Consejo de Dirección de la CAN o la relativa a la ubicación de la Ciudad de la Carne. Al hilo de ellas surgieron ya comentarios «espontáneos» que suge- rían que el actual modelo favorecía la inestabilidad y que hacía falta dar más cohesión a la fórmula. Y no es difícil concluir que hubo entonces quienes hi- cieron de pirómanos para vestirse después de bomberos.
Especialmente virulenta había sido la campaña contra Ramírez por la CAN. Luego llegó el escándalo del viaje de Txentxo Jiménez al Himalaya, y el parlamentario de Aralar dejó claro a la vuelta que él también tomaba nota: «No puedo entender que por rencillas o pequeñas diferencias alguien, dentro de casa, crea que era momento de ajustar cuentas», dijo.
Sea como sea, en el desenlace de estos dos casos hay una diferencia sustancial: Ramírez debió dejar el cargo, pero Jiménez sigue. Una muestra más de que en NaBai siempre termina habiendo vencedores y vencidos.