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Helen Groome Geógrafa

Haciendo cola

Las personas ciudadanas de la UE tenemos plaza fija en cualquier lugar de la fortaleza europea. Pero la cola de personas venidas de terceros países crece y la bienvenida que les damos no es de lo más alentadora

Como inmigrante que soy, hice acopio de paciencia y me metí en una de las colas que emanan de la puerta de la Jefatura Superior de Policía en Bilbao con la intención de actualizar mis papeles. Mi primer intento fue infructuoso. Llegué demasiado tarde, o sea a las 9:30 horas de la mañana.

Llamé por teléfono antes de ir y me dijeron que acudiera con mi pasaporte, la tarjeta de residencia y mi propia persona, y que el policía de turno me indicaría qué hacer. Así, un policía con cara de hartazgo pero, todo hay que decirlo, mucha paciencia, me señaló una de las colas y me apunté a su final. Horror de horrores, todas las demás personas en la cola tenían una cita. Yo no. Para las 12:00 horas entraron todas las personas delante de mí y algunas de detrás con su cita en la mano, pero yo no. Desistí y me fui a casa.

Intento número dos. Con mis papeles en la mano, cogí el tren de las 6:40 horas de la mañana de Karrantza y para las 7:50 horas me planté en la cola, a esas horas ya con unas diez personas delante de mí. No tenía cita, pero mi presteza fue recompensada, ya que a las 9:20 horas logré entrar en el recinto mágico y a las 9:40 horas tener entre mis manos un certificado que dice que estoy formalmente registrada como «extranjero» (sic) en «España» (sic).

Llevo más de veinte años aquí. ¿No pueden enviarme este trocito de papel burocrático a casa? Saben quien soy, saben donde vivo, saben cuánto tiempo llevo aquí. ¿Tenemos que colapsar las colas para un papel de puro trámite?

Me fui a casa. Pero me fui a casa con una pena en el alma. Mi caso supuso dos días de frustración burocrática que a mí me da rabia. Pero esos días vi las otras colas. Una cola se extendía a lo largo del edifico de la policía y daba la vuelta a la esquina. Podríamos decir que allí se juntaba Asia, África y América Latina. Y la frustración de las personas de esa cola se escribe con mayúsculas. Familias enteras, con gente menuda, todo por lograr un dichoso permiso, tener una tenue legalidad. Si llueve te mojas, si hace sol te asas. Si quieres hacer pis tienes que depender de la voluntad de las demás personas para guardar tu turno. Si estás embarazada, que te apañes. Y, con todo, cuando se cierre la oficina, igual ni has entrado.

El problema tiene muy fácil solución: más personal trabajando para regularizar la situación de estas personas y con menos papeleo. A la vez, podríamos tratar a las personas como nos gustaría que nos tratasen a nosotras: facilitar unas sillas en la calle (no hay absolutamente nada) y poner información clara para describir exactamente para qué es cada cola, como mínimo. Son detalles, pero cuentan.

Yo no tengo que volver. A no ser que se cambie la ley, las personas ciudadanas de la UE tenemos plaza fija en cualquier lugar de la fortaleza europea. Pero la cola de personas venidas de terceros países crece y la bienvenida que les damos no es de lo más alentadora, ni en los alrededores de la Jefatura Superior de Policía ni en otros muchos lugares.

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