Aritmética emocional» no es un filme más sobre el Holocausto judío. Esta es la virtud principal de este intenso retrato emocional en el que Paolo Barzman ha apostado por un tratamiento dramático que va más allá de la mera apariencia e incide en los puntos suspensivos que legó una tragedia contada infinidad de veces, pero desde una posición conformista y abocada a un callejón sin salida. Quiero creer que Barzman, en complicidad con el texto literario original de Matt Cohen, ha querido tener muy presente en su memoria el legado de sus padres -guionistas que padecieron la cruzada maccarthysta- a la hora de concretar el puntillista diseño de unos personajes que deben hacer frente a un suceso que permaneció demasiado tiempo silenciado. La oportuna ambientación, unos paisajes naturales que siempre invitan a la reflexión y la pausa, refuerza el tratamiento metódico de un grupo de personajes que, en éste su reencuentro, intentarán saldar una deuda pendiente consigo mismos. Tampoco cabe duda sobre el resultado interpretativo. Liderados por un Max von Sydow, cuya serena y profunda presencia aporta ese selecto toque bergmaniano, Susan Sarandon, Gabriel Byrne y Christopher Plummer completan un auténtico recital de emociones que jamás hacen despertar sospecha alguna en el espectador porque la credibilidad que emanan consiguen hacernos partícipes de aquel horror atrapado entre los muros de Drancy y que terminó por arrebatarles su infancia. Dictado por un tempo coherentemente pausado, «Aritmética emocional» huye de los fantasmas del pasado y coloca a aquellos testigos del Horror ante un espejo que activará cada uno de los recovecos emocionales encargados de recordarles, constantemente, que están obligados a seguir viviendo. Huyendo en todo momento del peligroso subrayado emocional, Barzman lleva a buen puerto este difícil trabajo habitado por un grupo humano que perseverará en su empeño por no caer en el olvido.