El todavía presidente de los EEUU, George Bush, ha emprendido una gira con sabor a despedida por el continente europeo. Ya se despidió meses atrás de otras zonas, como Oriente Medio, donde Bush tiene bien pocos motivos para celebrar éxitos, ya que a los fuegos ya existentes -Palestina- la política estadounidense ha sumado nuevos frentes, como los de Líbano e Irán.

La cumbre UE-EEUU a las afueras de la capital eslovena sirvió para poner de manifiesto que, por encima de las diferencias puntuales, la tradicional cacofonía en las relaciones a ambos lados del Atlántico tiene efectos prácticos más bien limitados. Se ha puesto de manifiesto en agresiones militares como las que se mantienen contra Irak y Afganistán, y a la hora de la verdad, las reticencias que hoy expresan algunos socios europeos hacia la vía de ofensiva contra Irán tienen más que ver con intereses propios, y hasta con matices de agenda política, que con un desacuerdo fundamental sobre la conveniencia de «dar una lección» a una potencia emergente en un área que EEUU pretende que siga bajo control de Israel. Bush avala la entrada de Turquía en la UE, y lo que puede parecer una nueva intromisión en asuntos europeos no es tal, dado que Bruselas no ha sido capaz de hablar -y quizás después de todo no quiera- con voz propia en el mundo.